A Conil, nena. Va el niño y me dice que a Conil con gente del instituto. A un apartamento con piscina y todo que por lo visto habían averiguado como se averiguan ahora las cosas. Por el móvil. Rapidito. A Conil. No puede ser cuando le toca con su padre. Me lo tengo que comer yo. Como todo. De jueves a domingo. Y claro, después del año que lleva a ver quién le dice que no. Mareado con la leche de la selectividad que si esto sí que si esto no y echando más horas que un reloj y luego mira tú: dos miserables décimas le ha faltado... Total, a lo que iba. A Conil. Y me lo dice sin pedirme permiso pero tampoco diciéndome que se va y adiós muy buenas. Me lo dice poniéndose tan consecuente que no puedo ni resistirme de primeras para hacerme la dura. Que le hace mucha ilusión, pero que si yo no lo veo tampoco pasa nada. Que va Marcos, que va Irene, que va Santi... Vamos, amigos suyos desde infantil. Y la hermana que siempre está con él a la gresca y pinchando esta vez de su parte para irse ella cuando le toque la muy fresca. Eso el domingo. Y yo: «Bueno hijo mío, pues vete, pero me prometes que no vas a hacer el cafre. A ver si te da por saltar desde un balcón y te quedas para que te den una paguita». Pues nena, la semana que yo he pasado hasta que ese niño entró por la puerta de vuelta sano y salvo para mí se queda. Porque es lo que yo digo. Él y los que van con él van por la vida con respeto y como hay que ir, pero uno no sabe nunca con quién se va a encontrar y menos hoy día, que por mirar a un elemento de esos de los que no tienen nada que perder se te forma el lío padre. Bueno, pues yo vueltas y más vueltas como tú sabes que me pongo, la boca del estómago como una piedra que ni kiwi ni Activia ni nada. El día antes de irse le preparo para que se lleve sus sobres de jamón, sus bandejitas de queso semi que le gusta a él, su táper con tomate frito para echarle a la pasta... Y él venga ya mamá, que no voy a la guerra, y yo niño que sí, que el tomate ese que venden no está bueno... El caso es que cuando lo tengo ya todo preparado me acuerdo de que me falta la bolsita de la farmacia que he dejado en el perchero porque seguro que él no ha sido previsor y no ha comprado nada de eso aunque haya ido a Carrefour a por cosas para el viaje. Entro en el cuarto y le digo «protección llevas, ¿no? Que allí venga jijí y jajá y venga la vida loca y luego pasa lo que pasa». Y me dice que sí, que descuide. Y yo que si está ya en la bolsa y él que mira que eres pesada y yo que lo conozco al milímetro le digo que soy pesada porque soy su madre y punto y que venga a ver qué protección es. Y no se me olvidará jamás este momento, nena: va el niño y saca de un bolsillo del macuto una caja roja de condones Durex y me dice que si ya estoy tranquila. Y servidora le dice que sí, todo con muuuuucha naturalidad, que ya estoy tranquila, supertranquila, tan tranquila que cuando salgo del cuarto se me viene el mundo abajo en un momento y ya no tengo ni fuelle para darle al niño el bote de crema solar protección 50 que le había comprado. Y ya ves tú, nena, que la caja venía hasta con su gorra y su pelota de las de hinchar. Una pena.

* Profesor del IES Galileo Galilei