No es cierto que no existan los cuentos de hadas en la vida real, pero sus protagonistas suelen ser personas de carne y hueso. Hace días, en París, Mamoudou Gassama, un inmigrante de Mali sin papeles llegado a Francia hace apenas un año en circunstancias muy difíciles, paseaba con su novia buscando un bar donde poder ver la final de la Champions. Al pasar por una calle, se fijó en que había un grupo de personas muy alarmadas mirando en dirección a un edificio, levantó la vista y descubrió que de un balcón de la cuarta planta colgaba un crío pequeño que estaba a punto de caer al vacío. Sin pensárselo dos veces, se encaramó al inmueble y trepó por su fachada hasta llegar a la altura del niño, agarrarlo y meterlo de nuevo en el interior de la vivienda mientras los transeúntes aplaudían y le vitoreaban. Naturalmente, alguien grabó toda la escena con un móvil y al cabo de pocas horas Mamoudou Gassama se había convertido en un héroe nacional. El padre del niño había dejado a su hijo solo en casa para ir a hacer recados y al salir del súper se había despistado jugando a Pokémon Go.

Al día siguiente, Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, llamó personalmente a Mamoudou Gassama para darle las gracias y el lunes fue recibido por Emmanuel Macron en el Eliseo. El presidente le entregó una condecoración al valor, le ofreció la nacionalidad francesa e incluso le propuso empezar a trabajar en el cuerpo de bomberos de París. Todo en esta historia parece sacado de un cuento infantil: el padre que se despista jugando a Pokémon Go, la increíble hazaña de un superhéroe humilde y desinteresado, la invitación a tomar el té con el presidente en un salón de oro, la recompensa y la oferta de trabajo con los bomberos de París. A veces la vida real es muy naíf.

Tal vez estemos un poco cansados de oír hablar de castigos: castigos a los corruptos, castigos a los insurrectos, castigos a los desgraciados que hace veinte años osaron tocarle el culo a una muchacha o insinuarse zafia y torpemente a una empleada. Qué gris y triste un mundo de acusadores, de justicieros y de lapidadores.

Y entonces llega la gesta bondadosa, valiente y luminosa de Gassama y nos convertimos en un dibujo de Sempé o en una película de Capra. Yo no creo que los seres humanos seamos malvados, tal vez seamos un poco idiotas, pero malvados, no. Hay excepciones, claro, pero me parece que en general nos rige el deseo de hacer el bien y que la mayoría de la gente, cuando puede elegir, elige la benevolencia, casi como un acto reflejo. Los actos de bondad como el de Mamoudou Gassama dimensionan el mundo y lo devuelven a su verdadero tamaño: el del ciudadano de a pie.

* Escritora