La cuaresma y el carnaval están histórica y sociológicamente vinculadas entre sí. La cuaresma es un período de 40 días marcado por la preparación a la celebración de la Pascua y de la Pasión de Jesús. El carnaval nace asociado a la cuaresma. Puesto que durante la cuaresma se habían de suprimir todas las actividades de divertimento, el carnaval constituye una concentración de actividades lúdicas. Fue así como se introdujo otra celebración de signo exactamente contrario al de la cuaresma: el carnaval que cuando teníamos toda una sociedad supuestamente creyente y católica, tanto el carnaval como la cuaresma conservaban sociológicamente su carácter original, diversión en el carnaval, austeridad en la cuaresma. A medida que la sociedad se ha secularizado, el carnaval y la cuaresma se han independizado una de otra. El carnaval ha quedado como un festejo civil autónomo, igual que la feria o los patios, si bien con sus características particulares. La cuaresma es vivida por el sector creyente y practicante de la sociedad.

El carnaval aun teniendo su origen en la cronología del calendario litúrgico, ha podido perdurar desconectado de sus orígenes. La cuaresma, cuarentena, tiene una evidente relación con el relato evangélico del retiro de Jesús al desierto precisamente durante cuarenta días. A decir verdad el número de 40 tiene un sentido simbólico, más que cronológico. Podemos deducir del relato evangélico que Jesús se retiró al desierto un cierto tiempo, antes de comenzar su actividad pública, y como preparación a ella.

Hemos heredado la tradición de vincular la cuaresma con privaciones de tipo corporal: el ayuno y la abstinencia, la supresión de festejos ruidosos. Todo ello son respetables tradiciones heredadas. A su vez reducen el alcance de su sentido. adoptado por Jesús de Nazaret. Pudiéramos recordar a este propósito dos mensajes bíblicos. El primero es el del profeta Isaías y sus críticas a las prácticas penitenciales corporales de sus contemporáneos. Dios lo que quiere es que se socorra a los necesitados, que se proteja a las viudas, se libere a los cautivos, en una palabra, que se practique la justicia. El segundo es el del propio Jesús. El estilo de vida adoptado por Jesús de Nazaret fue muy distinto del adoptado por Juan Bautista. Sus contemporáneos lo advirtieron, y llegaron incluso a acusarle públicamente de llevar una vida un tanto disipada, reuniéndose a comer y beber con gente no recomendable. Jesús aceptó los hechos, y justificó su manera de proceder. Lo que mancha al hombre, decía, no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón, no las cosas que toca, sino las acciones que hace.

A partir de estos dos mensajes bíblicos reencontramos el auténtico sentido de la cuaresma. No es preciso que esté centrada en la privación de ciertos alimentos o en mortificaciones corporales, sino en la conversión interior, asumiendo en nuestro proceder los valores y criterios de elección propuestos por el propio Jesús. Es el momento de reexaminar la autenticidad y veracidad de nuestra fe y confianza en lo que él consideró que era la verdad, y si es necesario, reorientar nuestra vida.

* Licenciado en Ciencias Religiosas.