Todos tenemos gestos por los que se nos reconoce a pesar de los años. Catalina se recogía el pelo en una coleta gruesa, dejaba libre el último mechón y con él la anudaba, enrollándolo y hundiendo el extremo en la base. En su vida había actividades de pelo suelto y de pelo recogido, y ella lo sabía y a veces, de pronto, se sorprendía con la categoría que le había dado a cada cosa. Dormir era de pelo suelto. Estudiar, de pelo recogido. Ir en bici, de compras o al cine, de pelo suelto. Dibujar, viajar o hacer maquetas, de pelo recogido. Llorar, de pelo suelto. Reír, o tomarse una cerveza negra de noche en el balcón, de pelo recogido.

En un hilo de antivacunas en Twitter, llamó su atención un comentario que se preguntaba por qué España permitía pagar el kilo de ácido pamidrónico a 107 euros los 90 miligramos (más de un millón el kilo), cuando un kilo costaba hacerlo, ¿treinta euros?, y citaba el BOE de 4 de agosto de 2003. A Catalina le hizo gracia ver la minuciosidad de la obsesión, e instintivamente megusteó el tuit. Recibió un mensaje privado, lo contestó, siguieron varios, Max no tenía faltas de ortografía. Eran de Córdoba los dos. En su perfil de Facebook Max aparecía en el campo, en vaqueros gastados y botas del ejército.»¿Te acuerdas de mí?» ¡Claro!

Charlaban mucho y pasaban días sin escribirse. Max parecía persuadido de que a ella le interesaban los oscuros datos de él, y le mandaba, tras los silencios, alguno especialmente notable para empezar la conversación (ahora Mirabello, antes Blanche Barton, luego artículos de deep ecology). Le descubrió una teoría personal, de la que podía escribir horas: Plan de Simplificación Voluntaria de la Vida o PSVV. Por una noticia política especialmente funesta, escribían: ¡PSVV! Si algún amigo perdía su trabajo, o los traicionaban, o sufrían un atasco, o pagar el alquiler les dejaba sin ahorros, escribían: ¡PSVV! Como un plan de fuga conjunto. Y ya no hablaban a ráfagas. Más bien, pese a los no pocos rituales que habían desarrollado para despedirse, la conversación nunca terminaba. Había una vida con Max, nunca visto en persona, y había otra con Hugo, conocido casi a la vez, que sí era un romance tradicional y al uso. Catalina, instintivamente, no traía a Hugo a las conversaciones. Y no lo hacía porque cuando hablaba con Hugo se dejaba suelto el pelo, pero cuando hablaba con Max se lo recogía.

«¿Entonces quieres que vaya?»

Porque desde luego ella quería ir, ¿cómo perdérselo? ¡PSVV! Durara lo que durara el estado de alarma (¿y por qué no iba a durar?), pasarlo en un búnker con Max parecía la forma más divertida de acampada.

«Nos vemos en la parcela, mando ubicación».

Hugo actuó como si la invitación fuera para los dos. Tal vez ella lo planteó así, esperando que él no quisiera ir, describiendo a Max muy vagamente. Demasiado.Y ahora estaban los dos frente a Max, ante un búnker imponente, con un brazo musculoso sobre los hombros de ella, pesado como una tenaza. Ella desde luego llevaba el pelo recogido.

* Abogado