Quienes vivieron los estertores del franquismo y los albores de la Transición recuerdan con espanto los meses finales de 1976 y los iniciales de 1977. En enero de ese año, el asesinato de cinco personas en un despacho de abogados laboralistas de Madrid por un comando de extrema derecha se sumó al secuestro de dos altas autoridades del Estado por el GRAPO y al aumento de las acciones de ETA . El atentado de Atocha parecía así el preámbulo del abortamiento de la anhelada democracia, pero el sentido de responsabilidad de la mayoría del antifranquismo permitió superar esos meses dramáticos y avanzar hacia las plenas libertades. Y esa experiencia, de alguna manera, ayudó también a superar cuatro años después la mayor amenaza que ha tenido la democracia en España, el golpe del 23-F. Conviene recordarlo ahora, cuando se cumplen 40 años de la matanza de Atocha, porque la Transición, pese a las innegables renuncias que supuso y a los errores que cometieron algunos de sus protagonistas, ofrece, vista con perspectiva, un balance positivo. Si hoy España no es como la querían entonces muchos ciudadanos no es tanto culpa de lo que se hizo aquellos años como de lo que se hizo tiempo después. Como señala el único superviviente que queda de la matanza de Atocha, la democracia no llegó gratis a España, y algunos pagaron con su vida que fuera posible. Acordarse de ellos es un ejercicio de justicia.