Ya lo vimos en la emoción imposible de contener en un profesional acostumbrado a bregar en duras lides. El comandante Juan Jesús Reina dejó bien claro que quienes trabajan mirando cara a cara al horror también son humanos. Si llevar a cabo la investigación de un homicidio siempre es doloroso porque implica sufrimiento humano, más allá del presumible en la víctima, es peor aún lo que esa pérdida acarrea a las personas vinculadas a ella. La sensación de compensación que uno siente al resolver el caso y detener al culpable es inmediatamente sustituida por la amarga responsabilidad de comunicarlo a los allegados, en muchos casos rompiendo la esperanza.

Siempre es duro, siempre. Pero hay casos en los que aún lo es más. Cuando las víctimas son seres indefensos y vulnerables sin la más mínima opción de defensa. Hablaba esta semana con mis colegas en la presentación de un libro sobre ciencias forenses de la existencia, mal que nos pese, del factor HP, como lo denominaba una relevante figura del sector: la maldad. Los que hemos intentado indagar en la mente y en la conducta de quien barrunta en ese lado de la fabricación del dolor anhelando encontrar resquicios de aliento, la fórmula para erradicarlo, sentimos el fracaso en cada un nuevo caso. Y estas semanas han sido varios en este país: Níjar, Alcalá de Henares, Getafe… Y en cada uno, unas causas, unos indicadores, un entorno. ¿Qué falla entonces para que la cifra siga creciendo? ¿Cómo actuar?

Si bien la investigación policial es exhaustiva en cada caso, también es cierto que en el caso de los homicidios y asesinatos con víctimas menores adquieren más relevancia, hay mayor impacto, la sociedad se ve más removida, sacan a flote los sentimientos de impotencia y aumentan la percepción de inseguridad. La presión ciudadana convierte los casos en mediáticos, perjudicando en muchos casos la investigación, con la exigencia de resultados inmediatos a los profesionales asignados. Es importante seguir las pautas, actuar con precisión para no dejar resquicios de huida judicial una vez cercado el autor, cuidar la trascendencia de las informaciones para no contribuir a la victimización secundaria.

La violencia de género también ha extendido sus tentáculos hacia los menores como vehículo para infligir el mayor dolor a la mujer. En el 71% de los casos de menores fallecidos a causa de la violencia de sus progenitores no hay siquiera denuncia previa. Muchas campañas han querido llamar la atención sobre el menor vulnerable, como #LosUltimos100 de Save The Children demandando al Gobierno una ley integral para la erradicación de la violencia contra la infancia y la adolescencia, aunque han sido 163 los menores asesinados entre 2009 y 2016, último periodo informado por el INE. El 2018 avanza ya de manera funesta, esperemos que no supere al 2011, el peor año en la historia de España con 28 víctimas menores.

* Periodista y experta en seguridad