Escribir sobre el coronavirus en un medio de comunicación y a la vez pedir moderación y continencia al hablar de la enfermedad no deja de ser un contrasentido. La mejor forma de no alarmar, equivocarse difundiendo un bulo o contribuir a un pánico injustificado sería... no escribir sobre ello. De hecho, creo que las, hasta ahora, más juiciosas declaraciones sobre el coronavirus se las oí al entrenador del Liverpool Jürguen Klopp al ser preguntado en una rueda de prensa sobre la epidemia. El técnico rechazó contestar porque «yo soy un simple tipo que lleva una gorra de béisbol y va mal afeitado», y consciente de su relevancia social recordó que son los expertos en salud pública los que deben hablar del tema, no él.

Pero también es cierto que un profano en temas de sanidad y epidemiología puede advertir dos cosas con certeza parafraseando a Antonio Machado: «todo pasa» y esta enfermedad con más o menos afectados y víctimas, también lo hará. Y «todo queda», porque habrá un antes y un después de la crisis del coronavirus, incluso culturalmente.

Y es que verán: hace poco me comentaba un empresario de la hostelería en la ciudad la sangría de anulación de reservas para las próximas semanas, mientras que me consta que este mismo fenómeno es mucho menor o apenas se ha percibido en establecimientos hosteleros de medios rurales. A mi memoria vino ese comienzo del Decamerón en el que un grupo de caballeros y damas se refugian en una hacienda en el campo (en donde surgió el libro) huyendo de la peste. En todo caso, la peste negra condicionó la cultura de la antigüedad y la Edad Media con esos periodos en los que las ciudades se vaciaban a favor de refugios en el campo para los que podían permitírselo. Quiera Dios que en la actualidad el pánico, que es el virus más terrible, dañino y que con mayor rapidez se propaga, no lleve a situaciones así, que no existe comparación de ningún tipo entre aquella plaga y el coronavirus.

En todo caso, la epidemia actual remitirá dejando cosas malas, como las consecuencias económicas para muchas familias; malísimas, como una posible recesión, y tragedias insalvables, como lo es cada una de las personas que no pueda superar la enfermedad.

Pero también a buen seguro, porque ha pasado otras veces y volverá a repetirse, habrá algo bueno que se reflejará en la sociedad, la psicología de los pueblos, el arte, las costumbres, la comunicarnos, la política, mejores sistemas de salud… se dará paso a un mundo más humilde, más consciente de su fragilidad y que posiblemente valore un poquito más la vida y la espiritualidad. Una aldea global que tendrá más presente que ni la contaminación, el cambio climático, los virus o las catástrofes por la estupidez humana entienden de fronteras. De hecho, la estupidez es lo que más se ha globalizado con internet. Una etapa en la que se entenderá plenamente ese dicho de que “el mundo es un pañuelo” y que la salud y la vida también es global. Si es que aprendemos de la lección.