Es evidente que a la sombra de un dios se vive más seguro. El manto por el que optan y optaron todas las ignorancias, aún antes de los tiempos escritos. El hechicero manejó a los suyos, tan consciente como los otros y, cuando se patentizó la fórmula, los más cínicos, caminaron sus huestes bajo las sombras onduladas y efímeras de aquellos estandartes: bajo este signo vencerás. Y así, en otros pueblos, más o menos importantes, han proclamado el supremo cobijo y han matado cínicamente en nombre y con la propia mano de un dios. Nosotros, en España, no íbamos a ser menos y los odios más enconados, hasta en propios hermanos, ayudaron y ayudan al triunfo de la falsa, al menos supuesta verdad. Porque de verdad, ante la duda, para qué hablar.

En los años cuarenta del segundo milenio, tuvieron ocasión varios acontecimientos, conocidos y recordados en España. Aún olía a chamuscado por el gran calentón entre vecinos y parientes de colores, por la quema de iglesias y curas y tantas humaredas de mentira. Murió Manolete, explotó el polvorín de Cádiz e, importante en mi vida, viajé con mis padres a Huelva. Considero importante señalar esos puntos, como montañas, porque fue el torero más llorado y humillado por los cordobeses y españoles; Cádiz estuvo a punto de desaparecer bajo sus propias aguas y, yo, con cuatro o cinco años de existencia, ya tenía suficiente conocimiento para indagar sobre personajes, fantasías y poderes. El destino, de no ser por la explosión habría sido Cádiz, la Tacita de Plata, como se decía entonces. Así es que mis padres me llevaron a Huelva, a Punta Umbría. Y yo lo recuerdo porque asoma, pese a ser algo turbio, entre las brumosas y primeras páginas de mi memoria. El barco navegaba la costa con el probable nombre de ¿Golondrina?. Se me llenaban aquellos ojos nuevos con el azul y gris de las distancias de cielo y mar. Mi padre me sostenía, asomando por la borda, y yo le pregunté, porque las gaviotas blancas se descolgaban hasta las aguas próximas: Papá, ¿ a esos pájaros no los puede coger nadie? Nadie, hijo. ¿Quién los va a coger? E insistí. Papá: ¿Franco tampoco puede cogerlos? ¡Qué tontería, Luis! ¡Cómo va a poder!. Porque yo oía las canciones, los himnos, los vivas y algunos Nodos de aquel tiempo: Franco era dios para los buenos que íbamos a misa.

Y esto me ha venido a la cabeza con la imagen del tuerto Millán Astray, que fundó la Legión, que con el vigor del hombre músculo y valiente, levanta el pesado crucifijo, entre orgullo, fuerza y arrogancia. He recordado porque las banderas a media asta ondularon para todos por la muerte de un Dios de algunos. Un Dios que, de existir, sentirá tristeza al ver que su imagen o su presencia separa a los humanos, que es utilizado para dar peso a las razones y posibles verdades particulares. Un Dios que podemos, únicamente, buscar y que, de existir y de haber creado el Universo, jamás llegaremos a entender ¿Ni Franco las puede coger? ¡No digas tonterías, Luis!

* Profesor