Confinados. Encerrados. Pertrechados detrás de las puertas. Algunos aún salen a trabajar. Otros, solo a comprar. Pero, de nuevo, directos a casa. No hay bares, no hay paseos, no hay deporte. Puertas cerradas. Parecería que la salvación está ahí, detrás del giro de la llave. Pero hay otros infiernos. Y no tienen forma de virus microscópicos. No actúan en silencio ni viajan por el aire ni se cuelan a través de la nariz o la boca. No causan tos, ni fiebre. Pero sí dolor. También miedo. Y pueden llegar a matar. Confinados desde el pasado fin de semana. ¿Qué está pasando con las víctimas de la violencia doméstica? De todas las violencias. Mujeres maltratadas, niños abusados, padres o ancianos golpeados... Da miedo pensar en el horror que ahora mismo pueden estar sufriendo tantas personas. Más aisladas que nunca. Más impotentes. Más abandonadas. No hay razones para pensar que el maltrato se ha detenido. Al contrario. Probablemente, sufren una ira redoblada por el confinamiento. Solo queda la solidaridad de los vecinos. Que, por unos días, las paredes tengan ojos y oídos para poder alertar de los infiernos ajenos.

* Escritora