Según noticias de la prensa rosa, en su reciente viaje a EEUU, el rey Felipe VI se presentó en la Casa Blanca con una corbata que contenía los colores de la bandera norteamericana y la reina Letizia se enfundada en un vestido de tubo color rosa fresa, diseño de Michael Kors, que ya lució la señora de Trump en color azul celeste hace un año y le ha dado su marca. A estos detalles frívolos la prensa seria le llama «guiños». No se sabe de guiños parecidos de la familia americana a sus huéspedes, como pudiera haber sido que Trump se cubriera el pelo color mostaza con una boina y su esposa aderezara con una peineta negra su cabecita de esfinge, ni si Trump guiñó a Letizia o Melania al rey de España. Estos gestos, si pasan por un pizco en el ojo o un tic nervioso, no se dicen, que son de mal gusto.

Acto seguido ambos mandatarios se pusieron a discutir asuntos bilaterales y a la señora de Trump y a la reina Letizia la mandaron a tomar un té con pastas en una salita muy mona; y mientras de aquellos ha trascendido que el rey le trasmitió a Trump la preocupación por las medidas arancelarias adoptadas contra la Unión Europea, las respectivas esposas trataron de cómo tener un impacto positivo sobre la infancia, que se ha interpretado dentro del contexto, desagradable a más no poder, de la separación de los hijos de los padres emigrantes en la frontera sur de EEUU. No sé si puede llamar a esto reprimendas o influencias por nuestra parte, pero el caso es que Melania Trump apareció días después con los niños emigrantes, ya reunidos con sus padres y aún churretosos por el llanto, llevando una chaqueta muy polémica donde se leía «I realy don´t care. Do U?» (en español: «Realmente no me importa. ¿Y a ti?»). La marca era la muy española Zara y, como dijo una tertuliana bizca, cara o barata la prenda, fabricada en Taiwan o en la Conchinchina, se entienda o no lo que dice, lo que importa es que hablen de uno. Pues sí. Un buen guiño. Y ya no se sabe si es chisme el enfado de Letizia contra la «agenda machista» que la relegaba al papel de «mujer florero», sin que se hable de ninguna protesta de Melania por la queja, pues, para mujer florero, ella es la primera dama y, para vendedor de marcas, a su marido no hay quien le iguale, ya que, desde su cargo público y sin conflicto de intereses, vende la marca Trump para torres de viviendas, campos de golf, puertos y aeropuertos deportivos, casinos y sedes sociales donde se reúnen los multimillonarios que en el mundo son.

En fin, que de la Casa Blanca se despidieron con piropos: el rey aseguró, sin que se le escapara un pestañeo, que EEUU y España compartían «los mismos valores de la democracia» y el presidente Trump deseó una España «fuerte y unida», manifestó que España le parecía encantadora con personas muy singulares (creo que guiñó) y aseguró, retomando la invitación que le hizo Mariano Rajoy en su día (a saber en qué estaría pensando el gallego), que vendría a visitar nuestro país. Y esto ya son palabras mayores, que una cosa son los protocolos y la diplomacia y lo duro que es ser Jefe de Estado y reina y primera dama y hacer guiños y exhibir marcas, y otra el griterío de las protestas en las calles, que la gente sencilla y honrada no se anda con sutilezas ante tipos como Donald Trump. Si a pelo viene, lo echan a gorrazos.

* Comentarista político