Creo que todos estaremos de acuerdo en que la sociedad necesita del pensamiento crítico como defensa ante manipulaciones, bulos, mentiras, medias verdades e intereses variados del sistema. No podemos permanecer indiferentes ante el marketing generalizado que nos invade o los miles de beneficios bastardos que tanto impresentable trata de imponernos abusando de nuestra buena fe.

El pensamiento crítico es una muralla individual -puede ser compartida- que se construye a lo largo de toda la vida y que debería ser materia de estudio en escuelas y familias desde que empezamos a tener uso de razón. La agresividad de muchos y las mentiras de algunos están muy presentes en la sociedad de hoy y la ciudadanía tiene que saber protegerse de los populismos de los políticos, de la edulcorada imagen que manifiestan muchos negocios o de los ingentes beneficios que nos aportaría el uso de una determinada crema.

Informarse hoy no es sencillo: el análisis, la reflexión, los contraargumentos, el estudio de hipótesis, el contraste de opiniones etc, resultan esenciales para obtener algunas conclusiones válidas y protegernos de tanta presión y comedores de coco.

A este pensamiento crítico imprescindible, racional, donde priman los argumentos y cierta empatía ante otras opiniones, se le sustituye con frecuencia por un pensamiento cítrico, visceral, hiriente, imprudente y agresivo contra algo o contra alguien.

En la crítica constructiva predominan premisas, explicaciones y cierta tranquilidad de espíritu, mientras que en la crítica cítrica sobresale la apasionada personalidad del autor con matices de hacer daño y dónde vale casi todo.

Lo crítico aclara y puede reunir, lo cítrico tergiversa, confunde y tiende a separar. Lo crítico es pensamiento puro con su lógica, aunque no sean razones compartidas, lo cítrico mezcla con su interés razones y pasiones. Lo crítico puede admitir un cambio y lograr un consenso; en un ambiente cítrico los márgenes de cambio tienden al mínimo y los acuerdos suenan a imposibles. La formación, la búsqueda de cierta objetividad, destilarán la crítica mientras que lo cítrico es producto de unos exacerbados sentimientos y un ego vanidoso teñido de un «yo tengo razón y tú vales muy poco». Al crítico le vale la autocrítica mientras que el cítrico -si la utiliza- lo suele hacer muy poco. Tampoco con los suyos. El crítico responde a las preguntas; los cítricos se van por los cerros de Úbeda huyendo de respuestas por su propio interés. En el fondo, los cítricos son personas soberbias que destilan desprecio.

Otra cosa importante es que el crítico aprende, al cítrico le cuesta mucho más porque su sectarismo e intolerancia se lo impiden. Diría más del cítrico, en su fondo anida la obsesión de dominar al otro. Y ojo ¡Dios nos libre de la suavidad de un cítrico que de su bravura intento retirarme yo!

Entiendo que los críticos hacen un bien social difícil de pagar, aunque concluyan tesis que a veces no nos gustan. Tener una persona crítica a tu lado te ayuda a progresar, a equivocarte menos, a aumentar tu empatía. Estar acompañado de un cítrico que opina, que va sembrando espinas en lugar de esperanza, es de una negatividad que siempre te intoxica y te acaba cansando. El cítrico corroe, el crítico te da estabilidad.

Desde una perspectiva de mayor amplitud, la unión y el predominio de pensamientos cítricos pueden ser muy letales. Algo muy parecido pudiera suceder ante una discusión de un cítrico y un crítico: la ventaja de su mala intención conduciría al primero a un éxito seguro, vencer sin convencer aludiendo a Unamuno. Sugiero que la mejor bombilla saldría de un buen café de dos personas críticas capaces de acordar renunciando a algo suyo, algo relacionado con la tesis y la antítesis, la síntesis. Desde luego, los críticos debieran superar al avinagrado tóxico que representan los pensadores cítricos. Lo racional -en nuestra realidad sociopolítica y económica- debiera prevalecer sobre esa pasión exagerada que tanto odio conlleva.

* Docente jubilado