Sin crítica no puede existir verdadera vida cultural. Sin el aditamento de su sal, ningún guiso intelectual resultará gustoso ni consistente. Y aun la misma convivencia social no se ofrecerá oxigenada y progresista sin los efectos de su presencia en el diario quehacer colectivo.

Pero, con excelente juicio, ya los escritores y pensadores de la Antigüedad clásica previnieron sobre su dañina naturaleza y letales consecuencias cuando la crítica es ad hominem. Todas las secuelas positivas de su honesto y necesario ejercicio se pierden o desdibujan al calor de encono o prejuicio personal. La subjetividad impone entonces la pesarosa ley de la arbitrariedad o la gratuidad y todo se corrompe bajo su dominio.

Entre las grandes personalidades intelectuales de la segunda mitad del siglo XX --época, en verdad, muy florecida, sobre todo, si se la compara en nuestro país con la de la de los años trascurridos de la centuria actual-- pocas sufrieron tales devastadores efectos que la del egregio médico humanista D. Pedro Laín Entralgo (1909-2001). Para cualquier mediano conocedor de la cultura española de su tiempo son de sobra sabidos los episodios de ardida controversia en que se viera envuelta su preclara biografía. Desde su sorprendente defensa del nacionalsocialismo en las horas de su auge europeo hasta su reivindicación a ultranza de un Menéndez Pelayo liberal y la encendida polémica levantada por su célebre libro España como problema en la misma década de los cuarenta, los ecos de una de las principales disputas de la cultura hispana novecentista acompañaron la andadura literaria de tan eminente escritor. Bien que la amargura acibarase la última etapa de su fecunda existencia a raíz, en especial, de la publicación a la muerte de Franco de su libro de memorias Descargo de conciencia y los ataques desmedidos de que fuera objeto por la acerada péñola de un lletraferit de raza, el vallisoletano Francisco Umbral, cabría imaginar, pese a todo, que albergara la esperanza de que en la tierra promisoria de la Transición --por él tan anhelada...-- su obra encontrase justicia en el justiprecio de la sociedad española, reconociéndose sus servicios para la ansiada llegada de tan radiante periodo.

Sin embargo, no ha sido así. El cainismo ancestral de nuestro pueblo, unido al sectarismo ambiental hoy dominante en la evolución de las letras y las artes hispanas, volvió a imponer su dura ley y, bajo sus ominosos efectos, la alta figura del autor de tantos libros memorables por su fondo y por su forma es rebajada a grotescos perfiles en varios de los principales medios de comunicación del país. Así en el periódico hodierno más influyente de la nación se acaba de dar a la luz un artículo de uno de sus más importantes colaboradores con residencia en Barcelona que viene a ser un insuperable arquetipo de lo expuesto, como tendremos ocasión de recordar en la próxima y última entrega de esta serie.

* Catedrático