Estimado Sr.:

En el mundo existen directores de orquesta buenos y malos. Y luego están los críticos. Ya los describía a la perfección Eric Satie en su célebre Elogio de los críticos. Como críticos, los Sres. Manuel Pedregosa y Francisco Javier Santos me merecen la misma opinión que yo a ellos como director. Y por eso quisiera devolverles el favor y, por una vez, hacerles yo la crítica a ellos. Podría haberla hecho antes, pero he estado ocupado haciendo de la mejor manera posible y en las peores condiciones imaginables el trabajo para el que me contrataron. Durante 6 años, día tras día, solo se han preocupado de una cosa: someterme a una meticulosa campaña de acoso y derribo, dejando bien claro que no les gusto como director. Es cuestión de gustos. Sin embargo, criticar no consiste en usar un medio público de información para exponer los gustos personales sino en hacer una crónica lo más fiel posible de los hechos, teniendo en cuenta todos los aspectos involucrados, como la coyuntura en la que se ha de desarrollar el trabajo o la respuesta del público, y no dar solo una visión personal, parcial y tendenciosa. Tampoco consiste en decir lo mal que otros hacen cosas que uno mismo no entiende y mucho menos sería capaz de hacer, ni en hacer una valoración artística despojándola de las intrincadas circunstancias que rodean el trabajo diario de las personas que lo realizan, como si uno viviera abstraído en una realidad cultural que está a años luz de la de Viena, Berlín... o Sevilla, sin ir más lejos, en lugar de ensalzar el mérito que tenemos los que a diario peleamos por conservar algo de cultura musical en ciudades mucho menos afortunadas. No se es mejor crítico ni se demuestra saber más siendo más cruel.

En todos estos años no han escrito ni una sola palabra de apoyo en la difícil situación que atravesaba la institución ni reconocido el esfuerzo que suponía trabajar en las durísimas condiciones que he tenido que hacerlo, incómoda realidad a la que han evitado premeditadamente hacer mención. Al contrario, el Sr. Pedregosa, por ejemplo, se ha permitido el lujo de criticar una programación que, a mi juicio y la de nuestros abonados, ha sido siempre interesante y variada, a pesar de los escasísimos recursos económicos y humanos de que disponía, como si hubiese tenido otras muchas opciones a mi alcance, y encima despreciando a autores y obras que me merecen el mayor de los respetos, como si fuesen menores e indignos de ser tocados (Usandizaga, Respighi...). Si yo hubiese decidido programar limitando el repertorio a la ajustada plantilla de cuerdas, nuestros abonados no habrían escuchado ni la mitad de las obras que se han tocado y nos habríamos limitado sólo a obras de Haydn, Mozart... ¡y poco más! Por cierto, del mismo modo que el director puede ser el único culpable de una mala velada musical (aunque ya les digo yo, y cualquier colega mío se lo confirmará, que no todo es achacable solo al director), del mismo modo, cuando los resultados son buenos, el director también tendrá algo de culpa. Lo digo por esas raras ocasiones en las que, teniendo algo bueno que decir, nunca era imputable al buen hacer del director.

Au (ne plus jamais) revoir, messieurs sans noblesse! Su más ferviente admirador, Eric Satie ossia Lorenzo Ramos.