Hace más de treinta años veía el telediario al lado de un sacerdote amigo mío de mucho talento y sabiduría. En un momento determinado me dijo: «Fíjate en Gorvachov. No es un tipo como los demás, no es un dirigente como los otros que le han precedido en el Kremlim. Tiene su propio rostro, que refleja su propio criterio, no heredado sino adquirido por él mismo. Probablemente, si le dejan, hará reformas en el sistema».

No se equivocó aquel sacerdote. Aquel suceso me sirvió en lo sucesivo para fijarme en las personas e intentar entender por dónde van.

Actuar con criterio propio es arriesgado porque supone, en cierto modo, transitar un terreno nuevo y exponerse a incurrir en equivocación. Todo aquel que ostenta un cargo público tiene muy claro que lo primero para él es mantenerse en el cargo, y en relación a ello, todo lo demás importa un pimiento. Siempre es más seguro para el mantenimiento en el cargo, decir lo que han dicho otros anteriormente, echar balones fuera, apoyarse en opiniones ajenas a las que se pueda culpar en caso de equivocarse.

Lo que en los últimos años se ha venido llamando «políticamente correcto» es, ni más ni menos que, el refugio de quienes tienen miedo a perder el cargo debido fundamentalmente a su inseguridad y a su incompetencia.

De modo imperceptible, se han ido creando en los últimos años unos códigos y protocolos que funcionan como líneas rojas de una sociedad agilipollada que ha renunciado a la «funesta manía de pensar» y que ha generado gente sin cojones para enfrentarse con la mayor verdad posible en cada caso por el miedo a «sentar precedente», sin pararse a pensar que sentar precedente de algo bueno es a su vez una cosa buena.

El miedo a pensar se ha apoderado, no solo de políticos, sino de muchos profesionales y en general de todos los ámbitos de la sociedad. Una tesis doctoral, que teóricamente debe ser un trabajo original de investigación, ha llegado a convertirse en un trabajo que puede ser una mierda, pero que al menos ha de tener unas 250 páginas y debe contener muchas citas de otros autores. ¿Dónde está ahí la originalidad?

Un dictamen de un profesional en un expediente administrativo, debe ofrecer una opinión profesional sobre una cuestión concreta. Sobran pues recopilaciones de documentos anteriores del expediente y de párrafos interminables de leyes, sentencias y opiniones de otros profesionales. Lo que interesa es la opinión razonada de quien emite el dictamen en vez de páginas y páginas de citas de otros.

Un proyecto de arquitectura que se somete a licencia podría ocupar pocos documentos en vez de convertirse en un mamotreto infumable de fotocopias y fotocopias de otros proyectos anteriores. Sin embargo, los proyectos de arquitectura son gordos (lo mismo que los informes y demandas de muchos abogados) porque parece que así se justifica que un profesional ha trabajado, aunque no haya pensado.

En mi vida profesional he tenido que ir como testigo o testigo-perito a muchos juicios. Puedo contar con los dedos de la mano los abogados que hacen uso de un mínimo de oratoria y de originalidad, convicción y criterio propio. Casi todos hablan en sala medio cohibidos y como diciendo una cantinela de la que no se pueden salir.

No se quien me contó que José Antonio Primo de Rivera, cuando ejercía como abogado, nunca empleaba citas en sus alegatos, sino sus propios razonamientos, ya que sostenía que cuando le habían contratado a él, era de él de quien se esperaba respuesta con criterio propio, no como mero transmisor del criterio de otros. Los que quisieran el criterio de otros, lo que tenían que hacer es ir en búsqueda de esos otros.

Mucho deberían aprender gran cantidad de abogados y funcionarios de este modo de actuar en vez de ser meros cotejadores de lo que han dicho antes otros, aunque sea el Tribunal Supremo, que como todos sabemos, con el tiempo también cambia de criterio.

Las fuentes del derecho español son la ley, la costumbre y los principios del derecho. Las sentencias del TS no son fuente del derecho. A nadie se le va a condenar por defender razonadamente sus opiniones profesionales, aunque no coincidan con el TS o con la mayoría. Aquí nadie se equivoca porque nadie tiene la verdad absoluta, ni la verdad se fabrica a base de votos. Todos opinamos. Donde hay razonamiento, nunca hay arbitrariedad ni prevaricación, aunque haya discrepancia de otros. Es mejor tener un criterio diferente a la mayoría, que ser un borrego.

* Arquitecto