Las custodias no recorrerán hoy procesionalmente las calles y plazas de ciudades y pueblos, celebrando así la fiesta del Corpus Christi. Todo será distinto a causa de la pandemia. Pero, en el fondo, los mensajes eucarísticos quedarán intactos para el pueblo cristiano. Como es sabido, la festividad del Corpus Christi empezó a celebrarse en la ciudad de Lieja en 1246. Y se estableció para la Iglesia universal, en 1264, por el papa Urbano IV. La gran impulsora de la fiesta del Corpus fue una religiosa agustina belga, la beata Juliana de Cornellón, quien, en sus visiones, veía con cierta frecuencia la luna llena pero oscurecida por un lado. El Señor le manifestó que este oscurecimiento se debía a la falta de una fiesta litúrgica dedicada al Corpus Christi. El obispo de Lieja la instituyó poco después en su diócesis y algunos años más tarde era declarada fiesta de toda la Iglesia. Y pronto, se asocia esta celebración con las grandes procesiones del Cuerpo de Cristo por las ciudades medievales; con el magnífico oficio litúrgico compuesto por Tomás de Aquino, con las maravillosas custodias de esa gran familia de orfebres que trabajan en España, los Arfes, auténticos escultores del metal, con los autos sacramentales de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón. Pinceladas culturales históricas aparte, la entraña viva de la fiesta del Corpus es resaltar la presencia real de Jesús en la Eucaristía frente a las herejías que la negaban. La Eucaristía es fuente de vida porque Jesucristo nos da su propia vida. «Comer» su cuerpo y «beber» su sangre es hacer del mundo un banquete donde los últimos serán los primeros. «Comer» el pan vivo significa comprometernos también nosotros en ser pan partido y repartido para la vida del mundo, al modo de Jesús. «Comemos» a Cristo para que sea la base de nuestra vitalidad; para que nuestra vida, en sus múltiples expresiones, se haga reflejo de la vida de Cristo en nosotros. Hoy es un día para revivir, recordar y compartir, un día para convertir en realidad la fraternidad que Jesús nos propone. Tras contemplar la presencia real de Cristo en el sacramento, hemos de saborear esa «cultura de la Eucaristía» de la que Juan Pablo II nos habló con detalle: «La adoración ante el misterio de amor, que hay que cultivar desde el silencio y el asombro, no nos deja varados en un intimismo individualista». La Eucaristía no aísla, sino, como afirma san Pablo, impulsa a crear solidaridad y unión, a formar cuerpo, comunidad, Iglesia. La «cultura eucarística» es encuentro, -no podemos pasar de largo ante la pobreza-, es diálogo y generosa comunicación de nuestros dones». La celebración de la eucaristía en medio de nuestra sociedad, agitada por tantos miedos como sufrimientos, puede ser un lugar y un momento de «concienciación personal y colectiva». Necesitamos liberarnos de una «cultura individualista» que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad. Por eso, en este día, «sacamos» nuestras custodias a las calles, aunque limitadísimas por las obligadas observancias a causa de la pandemia. En Córdoba, sólo saldrá la custodia al patio de los Naranjos, ofreciendo intacto su mensaje: «Hay que llevar a Cristo a nuestros ámbitos cotidianos, donde convivimos; hay que sembrar solidaridad en todos los rincones y plazas», como hizo Jesús, que «por donde pasó hizo el bien». Esta mañana, la Custodia de Arfe, portando a Jesús, bendice el trabajo de cada día y atrae la mirada como espejo en el que reflejarse y conformarse al estilo de Nazaret. La custodia nos recuerda que, al comulgar, nos hacemos, de alguna manera «custodias vivas de carne y hueso», que se dan y se reparten hasta dar la propia vida, día a día, en el martirio cotidiano. El rostro del vulnerable y el pobre, del anciano, del niño o el desesperado son también «custodias» donde venerar al misterio de amor y la redención. Por eso, hoy, Cáritas nos dice que «somos capaces de amar sin medida», al celebrar el Día de la Caridad, «compartiendo» con los hermanos necesitados «sentimientos y acciones rebosantes de generosidad». Cáritas no es una institución más, sino el corazón palpitante de la Iglesia que canaliza el amor a los hermanos y hace posible que ese amor se convierta en fervientes ayudas de alimentos, vestidos, y todo lo que es primordial y necesario para llevar una vida digna. No podemos olvidar que cuando comulgamos con Cristo, estamos comulgando con todos los miembros de Cristo. Esta mañana, en el patrio de los Naranjos, podemos emular a aquella mujer, Etty Hillesum, que confió en la bondad y en la belleza de Dios, y la encontró bajo el cielo azul de un campo de exterminio. Allí abrió su rostro, sin ocultarlo, expuesto y ofrecido hasta el final. Estas son algunas de las últimas palabras que nos dejó en su diario antes de morir en las cámaras de gas: «He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres..., pues venían de largas privaciones».

* Sacerdote y periodista