Me parece increíble que esto que ahora escribo ni siquiera hubiese sido capaz de imaginarlo hace a penas dos semanas. Supongo que así andaremos todos. Intentando aún discernir entre realidad y pesadilla como una última y desesperada resistencia a aceptar que ambas son la misma cosa. Como antídoto a esos impulsos negacionistas llega un imperativo gubernativo para que lo vayamos aceptando en modo acelerado, ¡y vaya si lo estamos aceptando! No queda otra. A aquel lejanísimo virus chino de los telediarios, ese al que entre Navidad y rebajas le prestábamos nula atención porque no iba con nosotros, en dos días lo hemos tenido que mirar de frente y, de un plumazo, ya nada es como antes. Creo que nunca nada volverá a ser como antes. Cuando la enfermedad pase, o se integre como una más, que según dicen es lo más probable, encontraremos un nuevo escenario que en ciertos aspectos posiblemente será mejor y tal vez peor en otros pero, en lo que no tengo duda, es en que será diferente. Un hito histórico, un antes y un después. ¡Lástima no haber tenido tiempo ni consciencia para haberle hecho una despedida como Dios manda a los cercanos pero ya viejos tiempos dejados atrás! De diciembre a acá hubiese besado más, abrazado más, compartido más, paseado más, alternado más... Más con la familia, más con los amigos, y hasta más con los no-amigos. Nostalgia de unos actos sencillos y cotidianos que ahora parecen irrecuperables desde este necesario confinamiento que nos priva sobre todo del roce de un contacto humano tan inherente a nuestra condición. Tiempo para la reflexión, eso es lo único de lo que disponemos de sobra en estos momentos. ¡Aprovechémoslo! Puede que este confinamiento sea una oportunidad que nunca tuvimos y que seguramente no se vuelva a presentar. Pensemos en cómo hemos contribuido individualmente a acabar en esta nefasta situación, en todo aquello que siempre nos sobró o siempre nos faltó y veamos la manera de desprendernos de ello o incorporarlo a nuestras capacidades. Un análisis autocrítico de nosotros mismos. Descubrir en nosotros aquellas actitudes, comportamientos adquiridos, o planteamientos que, ante la traumática experiencia que estamos padeciendo, no deseamos portar o necesitamos incorporar para ese nuevo mundo en proceso de reparación y reforma en el que todos vamos a tener que trabajar cuando emerjamos de este encierro. Debemos mejorar para que el mundo pueda mejorar, y nada más a propósito que este prolongado periodo de confinamiento para que se produzca en nosotros la metamorfosis necesaria. Crisálidas en transformación que, si se miran, ya ha comenzado.

* Antropólogo