Todavía guardo asombrada en mi cerebro --ignoro si en la amígdala, el hipocampo o el neocórtex, y me da lo mismo-- las imágenes de los paneles de cartón corrugado con los que niñas y niños de un colegio taiwanés se protegían del covid-19 en el aula. En la isla no han suspendido las clases durante la pandemia; ignoro su posible relación con la profesión de su vicepresidente, Chen Chien-jen, epidemiólogo. Tampoco olvido un video de escolares chinos accediendo al colegio en los primeros días de mayo: controles de temperatura (también a la salida) y dispensadores de líquido desinfectante con máquinas adaptadas a la iconografía infantil. Y por supuesto con mascarillas. En el país donde aparentemente se desató la pesadilla cerraron los colegios, pero se han reabierto, empezando para los mayores, a partir de secundaria, y siguiendo por primaria y preescolar.

Y sí, también han abierto bares y restaurantes, aun con restricción de aforo.

Aquí también hay bares y terrazas abiertas. Aquí en España, digo. Esa mitad de país que ha pasado a la fase 1 permite que se ocupen terrazas al aire libre con reducción de aforo y medidas de seguridad…, ay ese aperitivo. Desde mi terraza, la de mi casa, que yo estoy en fase cero, he visto grupos de niños con sus madres, padres, cuidadoras y cuidadores jugando, entre ellos. Conozco familias que salen a una hora concreta, para llegar a un lugar concreto donde sus vástagos se encuentran con los y las de otras familias concretas. Ya, ya sé que he empezado hablando de colegios. Pero aquí, en fase 1 los centros educativos solo abren para su desinfección, como si eso no hubiera podido hacerse en la cero. Ya, pensarán, ya llegará la fase 2. En efecto, pero cuando así sea solo se pondrán en marcha los centros para menores de seis años (educación infantil) cuyos padres deban acudir a su puesto de trabajo, y además lo acrediten, y eso no ocurrirá hasta el 25 de mayo, en el mejor de los casos. Y vale que las familias con esos menores a su cargo estarán a punto de que se les dé la vuelta la cabeza como a la niña del exorcista, y vale que tengan que trabajar (que el covid-19 se ha llevado por delante entre otras cosas la conciliación), pero los colegios son más que el refugio de los miniguerreros. Y luego hay que pensar en los otros soldados de entre 6 y 14 años, más de tres millones que tampoco están para el solo en casa...

Los gobiernos autonómicos decidirán sobre la adaptación curricular, las evaluaciones y su desarrollo, casi caso por caso, teniendo en cuenta el rendimiento de los primeros meses de curso, antes de la debacle. No habrá un aprobado general como en Italia. Seguiremos con las clases on line. Llegará el final de curso entre mediados y finales de junio y es muy posible que el curso se conozca como el del año que aprobamos peligrosamente. No seré yo una más en esa escalada de críticas y juicios, como si supiera algo, cuando como la mayoría no sé nada. Para tomar decisiones ya están los expertos, y yo no soy esa. Y ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo en torno a lo que podríamos llamar los peligros del patio o lo que es lo mismo la capacidad de los menores para contagiar de modo silencioso.

Pero como dicen los ingleses, facts, hechos. En Francia, la vuelta al cole se produce a partir del 12 de mayo, con la idea del presidente de que cualquier niño que necesite volver al colegio encuentre uno abierto. Y por cierto, algunos lo han estado durante el confinamiento para acoger a hijos de personal esencial durante la crisis, como los sanitarios o los policías. Será una vuelta voluntaria, progresiva y regionalizada, poniendo el acento en la enseñanza primaria para «limitar la desconexión escolar y elevar el nivel del país», en palabras de su ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer. En Alemania, algunos colegios ya han abierto, manteniendo la distancia social, con restricciones de asistencia y a partir de la secundaria (más o menos los 12 años). Aquí, en media España, ya se llenan las terrazas, medidas sociales mediante, y a partir del 25 de mayo se podrá consumir sentados en bares, eso sí con un 30% de aforo… Sí, sí, he escrito bares, no colegios. Podría decir aquello de «no haré más preguntas, señoría». Y no, no las haré. Afirmaré. Este siempre fue un país de bares.

* Directora general de revistas de Prensa Ibérica