Un poco de maquillaje morado por aquí, unos datos retocados por allá, algún anuncio para la ocasión, un poco de lenguaje inclusivo... La semana de la mujer llega a los escaparates. Con la vista fija en el 8-M, los departamentos de márketing rebuscan en el trastero de las empresas el santo grial feminista. Si no hay producto, cualquier migaja sirve convenientemente adornada. Para los que no han hecho los deberes, el color Ultra Violet 18-3838 del pantonario aplicado a un titular de urgencia permite salir del paso. ¿Hipocresía? Por supuesto. ¿Estrictamente negativa? No del todo. Las medidas cosméticas no reducen la brecha salarial ni llevan la igualdad a los consejos ni conceden una entrevista a ese currículo descartado por llevar nombre de mujer. No sirven para casi nada tangible pero son la muestra de cierto cambio de conciencia, de una presión social que obliga a hacer o, como mínimo, a simular que se hace. Todo empieza ahí y nada se detiene ahí. El maquillaje embellece por un día, pero el rostro de la igualdad lleva impreso la mirada de la determinación y la reivindicación, también del inconformismo. La visión embellecida del feminismo de camiseta no deja de ser otra expresión del machismo, suponiendo a las mujeres más mansas, más resignadas. Pero esto es solo el principio. El feminismo es bello, pero también es lucha. Y el 8-M nos vemos en la calle.

* Escritora