El nuevo Gobierno andaluz no puede cambiar de la noche a la mañana la realidad socioeconómica de nuestra tierra, ni hacer tabula rasa. Ahora, «a las cosas», como decía Ortega y Gasset, sin cuestiones previas personales, ni suspicacias, ni narcicismos, confiando en el brinco magnífico que dará esta tierra «el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal». Ahora a lo urgente y lo importante, sabiendo que tiene capacidad para influir y desplegar el potencial de una sociedad agarrotada, luchando contra las desigualdades sin pretender un mundo de pobres pero iguales.

Para ello, deberá quitar el plomo en las alas de una política económica trasnochada que no ha frenado la divergencia de Andalucía con España, que la mantiene en una tasa de paro de casi 23% (la media nacional, 14,55%) y un desempleo juvenil de 46% (13 puntos más que España). Atrapada en una tasa de riesgo de pobreza de 35,4%, mientras que la nacional es de 22,3% (INE-2016). Con el 18% de la población, la comunidad tiene el 13% de la riqueza nacional y la renta per cápita no converge; desde 2005 la divergencia acumulada se cifra en 4,8 puntos del PIB por habitante, el 73,9% de España.

Además, la herencia del anterior gobierno en materia fiscal no es buena, el margen que deja después de 36 años, es de una de las comunidades con mayor déficit y una deuda de 34.300 millones de euros, casi su presupuesto, la tercera después de Cataluña y Valencia.

Después de diversos modelos de financiación de apoyo y nivelación y más de 100.000 millones de euros de fondos europeos recibidos para dinamizar la producción y el empleo, no logra reducir las diferencias con la media española y, lo más grave, ha pasado de región de transición a región menos desarrollada de la Unión Europea, con un 68% de media del PIB por habitante.

A pesar de todo, nadie puede poner en duda lo avanzado en estos 36 años de luces y muchas sombras, pero la prosperidad sigue esquivando a Andalucía, seguimos en el furgón de cola de España y Europa. Aun así, resulta irresponsable dudar de nuestra capacidad y abandonarnos a la idea de que Andalucía se está convirtiendo en «una periferia de la periferia» en Europa, incapaz de romper el umbral de esos ingresos medios en virtud de que no alcanza tasas sostenidas de expansión, fenómenos revelados en economías en desarrollo, la llamada «trampa de los países de ingresos medios».

El desafío no es solo de un gobierno que tiene que levantar el vuelo de una tierra desarrollando sus capacidades, donde la prioridad sea el capital humano y la creación de riqueza no suponga un quebradero de cabeza, reparando en las políticas de oferta para crecer sin complejos.

El reto es también para un pueblo capaz de todo que tiene la imperiosa necesidad de recuperar su futuro y la esperanza en un plebiscito cotidiano.

* Viceportavoz del Grupo del PP en el

Ayuntamiento de Córdoba