De «errores involuntarios» están repletas las bibliotecas del siglo XX, los auténticos cementerios del siglo XXI, por desgracia, pues poco sacuden las cabezas y los corazones de los ciudadanos new age esos espacios de almacenamiento del conocimiento, en los que muchos de sus moradores, también por desgracia, cometieron el mismo «error involuntario» que nuestro presidente Sánchez y su compi de autos en la escritura del libro La nueva diplomacia de la economía española. Y es que el copy-paste, corta-pega en castellano, se ha convertido en un mal endémico de nuestras sociedades. Su señoría, puesto en entredicho la pasada semana por la autenticidad de su tesis, que finalmente pasó el control de calidad, ha sido sorprendido en un acto poco ortodoxo en el mundo académico, copiar literalmente las palabras de otro autor, nada menos que cinco páginas, sin citar al mismo, y reproduciendo hasta la misma errata que en su día el susodicho cometiera. ¿Error involuntario? No, plagio, pues este tipo de prácticas tiene un nombre, aunque en este caso estemos ante un pequeño despiste en más de 20 páginas del texto, que son las que contienen fragmentos tomados de varios autores ajenos, sin citar a ninguno. Fallo del sistema de valores y poca vergüenza, o como dice Iglesias, un gesto y una praxis «bastante cutre». Shakespeare provocó que uno de sus más conocidos personajes, Hamlet, introdujera su famoso soliloquio. Esa misma cosa le tendremos que preguntar al presidente. Ser o no ser, ¿moral-ético-legal?, esa es la cuestión. Cultívela.

* Periodista y profesora de universidad