En Latinoamérica es una práctica lamentablemente frecuente que los dirigentes políticos de derechas e izquierdas en sus mandatos se embolsen cantidades exorbitantes de dinero, que envían al extranjero y paraísos fiscales mediante prácticas fraudulentas. De estos «colchones» corruptos se aprovechan también sus adláteres, que son cómplices necesarios.

La corrupción política puede tener muchos grados y matices; su descripción desborda los límites de este artículo. No solo se centra en la cantidad de dinero involucrada, sino en enchufes a familiares/amigos, abusos de los privilegios del cargo, a quien se defrauda o roba (ej. a empresas privadas, a estados, a ciudadanos, a parados, a pobres, etc.) entre otras barrabasadas.

Esta plaga política es también frecuente en Europa, y son escasos los partidos políticos y sus dirigentes que hayan ostentado poder local, regional o estatal que no hayan tenido casos de corrupción o corruptelas de diferente gravedad. Pero sí que está claro que, en términos cuantitativos, son calderilla respecto a los casos de corrupción en Venezuela y otros países latinoamericanos, donde las macro y micro «mordidas» son conocidas y socialmente casi aceptadas por una tradición secular que es penosa e indignante: el que tiene poder tiene derecho a robar con guante blanco.

La corrupción ha sido un factor clave para entender el devenir de mi querida Venezuela en las últimas décadas: los ciudadanos cada vez más pobres, los servicios sociales en claro deterioro, la seguridad ciudadana casi no existe, los hijos de mis amigos sin alimentos y educación, pero sus dirigentes cada vez más ricos. En un país con unas riquezas naturales impresionantes, el pueblo vive del subsidio desde hace siglos y se importa todos tipo de productos para el consumo interior, que el país podría producir con otra gobernanza.

Nunca se puede justificar un golpe militar, pero la situación extrema en que se encontraban los venezolanos, hartos de la presunta corrupción del socialista Pérez-Giménez y de sus predecesores, facilitó a Chaves entrar en el poder. Después se consolidó con su heredero Maduro, mediante elecciones sin garantías que los convirtieron en dictadores «democráticos». Tampoco se puede describir ahora a la política venezolana sin el tráfico de drogas en beneficio de los mandatarios: Diosdado Cabello, es más conocido como presunto narcotraficante al por mayor que como vicepresidente de Maduro.

De facto, los analistas calculan una corrupción de los dirigentes con una incidencia del 20% o más del PIB del país. Así roban sistemáticamente a los venezolanos, que pasan hambre, no tienen medicinas, tienen a los hospitales con una infraestructura penosa, así como tienen abandonadas las escuelas, institutos y universidades estatales. En claro contraste, hace un año que dos sobrinos de Maduro gastaron 50.000 euros en Madrid en una semana desenfrenada. Los servicios secretos internacionales conocen perfectamente el lugar del «destierro» que tiene previsto Maduro y su séquito presuntamente en la caribeña Cuba donde les llevaran los aviones rusos que les esperan en el aeropuerto de Maiquetía de Caracas. Se llevarán billones de dólares robados a los ciudadanos venezolanos. Si este dinero se dedicase al depauperado pueblo, el globo de la angustia, miedo, hambre, sanidad muy deficiente y desesperación empezaría a deshincharse.

Tampoco la oposición a Maduro ha dado la talla. No creo que las negociaciones para una entente entre el gobierno y los opositores lleguen a nada. Por fin Zapatero se ha dado cuenta de que el poder sin democracia no se cede, se arrebata. Lo importante es que, si los deseados cambios se materializan, los nuevos dirigentes salidos de unas elecciones generales con garantías rompan la tradición y eliminen la corrupción dando ejemplo de ello y que el pueblo sea el receptor de los beneficios del petróleo, que la agenda social sea relevante, que impere la trasparencia en la gestión, que se instaure una verdadera democracia, que se eliminen los tics dictatoriales.

Es curioso constatar que los partidos en España que no condenan al régimen de Maduro se muestren también contrarios a la Transición Española de 1978: de la dictadura franquista a un régimen plenamente democrático. Esta transición podría ser un modelo para Venezuela.

Ojalá que la Venezuela bolivariana vuelva a ser la Venezuela de todos los venezolanos y , por ende, de la mayoría de los españoles.

* Profesor jubilado de la UCO