Llega el final de la Liga y las miradas de los aficionados al fútbol se han dirigido del campo a los juzgados. Sandro Rosell, Leo Messi y Cristiano Ronaldo son los tres protagonistas de distintos pleitos que revelan, una vez más, que el mundo del fútbol se mueve en opacidades no deseables. El abanico incluye desde la acusación de delitos de blanqueo de capitales y de organización criminal en el cobro de comisiones supuestamente ilegales por la venta de derechos televisivos --en el caso de Rosell, lo que ha provocado su ingreso en prisión--, a la búsqueda de todos los métodos posibles (legales o no) para no tener que tributar en función de sus ingresos. Ha pagado por ello la estrella argentina del FC Barcelona y la del Real Madrid está en el mismo camino tras la denuncia de la Agencia Tributaria. Aquello de que el fútbol tiene sus códigos propios es también de arraigo extradeportivo, como demostró el Fifagate que destapó el FBI en el 2015. Es la propia oficina federal estadounidense la que ha seguido con lupa todos los pasos de Rosell en sus negocios al margen del club azulgrana. La cruzada anticorrupción debe de ser inflexible, dentro y fuera del deporte, afecte a quien afecte.