Érase una pareja de gorriones enamorados que decidieron anidar en las proximidades de una alameda, paraíso de pájaros cantores que, a todas horas, trinaban en un perenne concierto de melodías. De la pareja de gorriones nació un alegre e inquieto pajarillo que apenas podía sostenerse sobre sus débiles patas cuando cada mañana y cada tarde salía del nido y se aproximaba a la alameda para escuchar los trinos de los pájaros cantores. Al regresar al nido, se repetía: seré un pájaro cantor. Aprenderé los trinos del ruiseñor y el jilguero, de la calandria y la alondra y volaré de árbol en árbol, saludando con mis canciones a todas las criaturas del Señor. De este modo, y sin que sus padres lo advirtieran, el pajarillo se hizo cantor. Un día, en sus primeros vuelos, se llegó a un grupo de gorriones viejos que descansaban en las ramas de un frondoso árbol. ¡Soy un cantor, soy un cantor! -exclamó ingenuo y satisfecho- Puedo cantar como el ruiseñor, como la alondra o como el jilguero. ¿Tú, un cantor? --refunfuñó uno de los más viejos del grupo-- ¡Eres un vanidoso y tonto gorrión! Pero el gorrión, sin escuchar los insultos que le propinaban, comenzó a emitir sus mejores trinos. No podemos consentirlo -dijeron a una los gorriones viejos-. De seguir así de obstinado, tendremos que pensar en acabar con él. Una tarde, los gorriones viejos, reunidos en asamblea, se pronunciaron: este gorrión es un desprestigio para nosotros. No podemos consentir que se malogre la especie. Matémosle mientras duerme. El cuerpo del gorrioncillo cantor cayó al suelo una alegre mañana de primavera, cuando los campos eran rojos de amapolas y las manzanillas y azulinas matizaban de color el verde tierno de los sembrados. Al llegar la primavera, una bandada de gorriones cantores plagó la alameda. Si hubiera un solo hombre inmortal, sería asesinado por los envidiosos. Chumy Chúmez.

* Maestra y escritora