Vivía yo en Londres, año 1965, junto a un bosque cercano a Wimbledon, pequeña ciudad dormitorio. Allí vi por primera vez a personas corriendo. Otras caminaban con mucha decisión y buen ritmo. Intuí que los corredores no eran gente que huía de alguien. ¿Hacían deporte moviendo el esqueleto? Mi intuición se la comuniqué a un médico amigo. Me sacó pronto de mi duda, de si correr o no correr. «¿Usted quiere participar en maratones y demás pruebas deportivas o mantenerse sano cuidando su organismo?» Le respondí que llegar a la senectud lo más sano posible. La respuesta: «No corra y, si camina con paso firme, su organismo se lo agradecerá». Aquel día comprendí para siempre la diferencia entre hacer deporte con ánimo competitivo y lo que es cuidar tu cuerpo caminando a diario. Por cierto, caminar no es pasear, eso es otra cosa. Viene a cuento toda esta perorata porque en el habla habitual se igualan ambas cosas en una sola expresión: hacer deporte. La orden ministerial que entró en vigor el sábado pasado se prestaba a confusión por caer en el error del habla habitual: en las vías verdes hay que hacer deporte y por lo tanto hay que correr. El sábado la autoridad, cumpliendo con la orden, obligaba a correr y a quien no corría le conminaban o a correr o a marcharse, al no cumplir la norma. Por esa vía verde, en la que yo no hago deporte pero sí camino a diario, correr lo practican un 20%, caminar un 80%. Como el ministro de Sanidad es hombre de letras, filósofo, hay que parafrasear a Shakespeare: Correr o no correr, esa es la cuestión.

* Periodista