Celebramos hoy la fiesta del Corpus Christi, el Día del Señor, como se la denomina popularmente, la celebración del Amor sin medida con el que Dios ha amado y ama a los hombres en su Hijo y aquí nos llama a que nosotros hagamos lo mismo que Él: amarnos los unos a los otros como él nos ama. Un año más, la custodia de Arfe recorrerá nuestras calles, en el homenaje ardiente que los cristianos rendimos a la presencia de Cristo en la Eucaristía que, en palabras de san Juan Pablo II, «es la gran escuela de amor fraterno. Quienes comparten frecuentemente el pan eucarístico no pueden ser insensibles ante las necesidades de los hermanos, sino que deben comprometerse en construir todos juntos la civilización del amor». Ciertamente, la Eucaristía, que significa acción de gracias, nos hace comprender la necesidad de la gratitud; nos lleva a entender que hay más alegría en dar que en recibir; nos impulsa a dar la primacía al amor en relación con la justicia. Por eso, hoy celebramos el Día de la Caridad, con el lema «Tus buenas obras pueden cambiar miradas». «Este lema --nos dice Manuel María Hinojosa, delegado diocesano de Cáritas--, nos adentra en el más profundo significado de lo que significa amar con sentido cristiano: hacer que ese amor cristalice en obras, en buenas obras, aceptando, ayudando, acompañando, promocionando humanamente a las personas más necesitadas. Las cifras de Cáritas en Córdoba nos invitan a la reflexión y a la acción urgente: 30.000 familias acudieron a las Cáritas parroquiales, pidiendo atención para necesidades primarias, desde el alimento al transporte; 5,5 millones fue el gasto que tuvieron el año pasado los servicios generales de Cáritas diocesana, en orientación e inserción laboral de personas en exclusión; 1.700 voluntarios prestan su tiempo y su esfuerzo de forma desinteresada para colaborar con Cáritas en alguno de sus niveles asistenciales. El Día de Caridad quiere ser una llamada y una invitación a la generosidad con los pobres, ya que la caridad nos compromete a los cristianos a instaurar un mundo nuevo, en una lucha constante contra la pobreza y las pobrezas que atenazan y amenazan nuestra sociedad». La fiesta del Corpus, la procesión de las custodias por nuestras calles, alfombradas con juncias, tomillos y romero, abren nuestros ojos al milagro de la Eucaristía: se ha quedado sin ruido, sin espectáculo, sin pirotecnia, sin rayos ni truenos. Se ha escondido en el silencio de los sagrarios. Y se ha entregado en las manos de los pastores para que lo devoren las ovejas hambrientas y desvalidas. Somos invitados a participar de esa comida, y a agradecer a Dios, tan hondamente como podamos, tal don de vida. La Eucaristía, ¡qué prodigio de amor! ¡Mirad cuánto nos ama! «Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento / sobre un trozo de pan que bendijiste, / que en humildad partiste y repartiste / haciendo despedida y testamento». «Así mi Cuerpo os doy como alimento».

* Sacerdote y periodista