Algunos amigos italianos, prudentemente confinados en sus casas, me cuentan estos días a través del correo electrónico que viven una situación a medio camino entre la psicosis colectiva, la estupidez generalizada y el más puro anarquismo. «Nuestro gobierno ha apostado por la tutela, en lo que se refiere a los ciudadanos y especialmente a las estructuras sanitarias. No sé si es alarmismo excesivo o una estrategia inteligente para evitar daños mayores, entre ellos que los hospitales colapsen, pero lo cierto es que esta gripe traidora está guillotinando al país. Espero que la solución adoptada guarde a los italianos pero no mate a Italia, por el hundimiento de la economía y por la derrota total de un sistema ya crítico, que no ha llegado a levantar cabeza desde 2008», me dice uno de ellos. «Las directrices políticas son extremadamente confusas, y muchas personas no saben cómo comportarse, por lo que, como buenos italianos, termina haciendo cada uno lo que le da la puñetera gana. Se ha cerrado el país, están bloqueándose los hospitales, y, mientras, el italiano medio lleva a sus niños a parques atiborrados, y por la tarde va a tomar su aperitivo a bares repletos de otros idiotas como ellos. O llegan los militares, o el calor resuelve el problema de forma natural, o nos morimos, o inmunizamos todos. No hay muchas mas opciones», me dice otro.

Me permito reproducir estas reflexiones porque Italia ha tenido siempre para España un carácter especular; y esta vez no iba a ser excepción. Hace sólo unas semanas ellos estaban como nosotros ahora, y nadie se paró a pensar que seguiríamos su misma senda, razón por la que nos mantuvimos en un nivel de contención bajo-bajísimo que ha terminado por revelarse manifiestamente insuficiente. El gran argumento de nuestros políticos ha sido siempre que contamos con un sistema sanitario eficiente, pero olvidan los terribles recortes de los últimos años, y que el gran riesgo de esta especie de maldición bíblica de ecos universales es la saturación de los hospitales. ¿Por qué, en vez de tomar referentes equivocados, a nadie se le ha ocurrido mirar a países como Alemania que, sin alarmismos innecesarios pero con su eficiencia habitual, está gestionando la crisis de manera ejemplar? Produce desasosiego comprobar la incapacidad por parte de la Unión Europea para adoptar una estrategia general. Y en momentos como éstos es cuando las instituciones de ámbito supranacional deberían estar a la altura y dar respuesta inmediata. Si no, ¿para qué las queremos? Tal vez ni Italia ni España sepan afrontar emergencias de este tipo -menos, curiosamente, Portugal, que ha reaccionado con prontitud y eficacia inusitadas, en riesgo su propia clase política-, pero es que quienes nos gobiernan no se han visto en otra igual, y situaciones así requieren de mucha madurez para manejarlas. ¿Cómo entender, si no, que en plena propagación del virus, con varios focos descontrolados en Madrid, se autorizaran mítines o una manifestación multitudinarios el pasado domingo? Ojalá la suerte esté de nuestro lado; de lo contrario, en sólo unos días el incremento de casos en la capital -y fuera de ella- podría ser extraordinario.

¿Quién no tiene, por otra parte, la sensación de que nadie dice la verdad en cuanto a la verdadera naturaleza del virus? De acuerdo en que pueda ser una suerte de gripe especialmente agresiva, que afecta en particular a las vías respiratorias y a personas con patologías previas (de ahí la vulnerabilidad al respecto de nuestros ancianos); pero ¿por qué las parafernalias de ciencia ficción que vemos en los hospitales? ¿Solo para prevenir los contagios? Cuesta entender situaciones como las descritas en la prensa por médicos italianos, que hablan de medicina de guerra, de la necesidad en la que se ven a diario de elegir dramáticamente a quiénes pueden atender, lo que les lleva a desahuciar a los mayores en beneficio de los más jóvenes o los que aún tienen alguna posibilidad. Espeluznante, sin duda, por más que se nos vendan ideas tranquilizadoras. De ahí quizás la histeria general, provocada por unos medios de comunicación a los que la pandemia les viene como anillo al dedo para llenar páginas y horas de televisión sin reparar en daños, y unos políticos que parecen ser siempre los últimos en entender el alcance real de los problemas. Un problema que, irónicamente, podría -quizás- verse resuelto por sí solo con el calor en las próximas semanas; pero, incluso si es así, ¿qué ocurrirá cuando vuelva el frío? A los ciudadanos no nos quedará más que confiar en que tras esta grave crisis todos hayamos aprendido algo.

Como los heraldos que acompañaban a los grandes generales romanos en sus triunfos, la naturaleza ha venido a soplarnos al oído con toda crudeza que somos mortales. Contundente cura de humildad, sin duda, para una humanidad que hace ya tiempo perdió el juicio y no parece tener remedio. ¡Salud!

* Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba