C orea del Norte sigue tensando la cuerda. El nuevo desafío ha sido el lanzamiento de un misil balístico de alcance medio que sobrevoló Japón para caer en el Pacífico. Y llega después de que el sábado Pionyang lanzara otros tres proyectiles en aguas del mar de Japón y cuando hace apenas dos meses efectuó una prueba con misiles balísticos intercontinentales con capacidad para alcanzar territorio estadounidense, lo que llevó a Donald Trump a prometer «fuego y furia». El último lanzamiento coincide con el inicio de unas maniobras militares de Estados Unidos y Corea del Sur.

No es la primera vez que el régimen norcoreano lanza proyectiles que sobrevuelan territorio japonés, pero siempre había avisado con tiempo, y además los había lanzado en momentos muy distintos de los actuales, en los que la tensión ha alcanzado una cota muy alta y peligrosa, con serias amenazas, por el momento verbales, como las anunciadas por la Casa Blanca y el aviso de ataques a la isla de Guam, dependiente de EEUU, por parte de Corea del Norte. La última provocación parece destinada a despertar una reacción de Japón, país cuya situación geográfica y cuya historia hacen que se sienta amenazado no solo por Corea del Norte sino también por China, con la que tiene un conflicto por unas islas reclamadas por ambos países. Tokio califica el lanzamiento del misil de «grave y sin precedentes» y Washington mantiene abiertas «todas las opciones» tras este nuevo desafío del régimen norcoreano, más dedicado a lo que ocurre fuera de sus fronteras que a los problemas internos.

A la vista de los hechos, las sanciones adoptadas por las Naciones Unidas no hacen recapacitar a Kim Jong-un, y en cambio aceleran su demostración de fuerza; pese a las presiones de la inmensa mayoría de la comunidad internacional, el régimen norcoreano ha avivado en los últimos años el desarrollo de su programa nuclear. El tirano no quiere acabar como otros dirigentes que fanfarronearon sobre sus más que limitadas capacidades armamentísticas, como Sadam Husein y Muamar Gadafi. El líder norcoreano sabe que su salvación está en tener realmente el arma nuclear. Sus regulares provocaciones están destinadas a convencer al mundo de que hay que tomar muy en serio a Pionyang. La crisis no tiene una salida fácil. La militar nunca puede serlo. Con unas sanciones que no funcionan, queda la negociación, pero a Pionyang no le interesa mientras pueda ir aterrorizando al mundo con su escalada. Por ello, hace falta una persistente labor diplomática de EEUU y los países de la zona, en particular China y Japón. Pero se da la infeliz circunstancia de que las relaciones entre unos y otros no pasan por su mejor momento. Mientras, la tensión internacional crece.