El Córdoba CF cerró el pasado fin de semana con una derrota en Riazor, otra más, una decepcionante temporada que ha acabado con el peor de los epílogos, el descenso a Segunda División B, que supone dejar al club fuera de las categorías profesionales que por historia y peso social le corresponden. Ha sido una campaña marcada por la inestabilidad tanto dentro como fuera de los terrenos de juego. El equipo ha sido incapaz de levantar cabeza desde que se instalase en las plazas de descenso en la tercera jornada del campeonato. Desde entonces, su mejor posición en la tabla ha sido el puesto 19. Los 79 goles que ha encajado, una cifra récord para los blanquiverdes, certifican su debilidad sobre el césped cualquiera que fuese el rival que tuviese enfrente. A esta regularidad negativa en el aspecto deportivo que ni tan siquiera lograron enderezar tres cambios de entrenador, se suma una crisis de tesorería que ha conllevado en los últimos meses a impagos a empleados y jugadores propiciada por una herencia envenenada por parte de la anterior propiedad y errores en la gestión que el propio Jesús León ha asumido. También desde los despachos soplaron vientos en contra que dificultaron que el Córdoba remontase el vuelo. A las puertas de una obligada reconversión para afrontar una nueva etapa que debe tener como inmediato objetivo el regreso a Segunda División A, el primer paso que el club debe dar pasa por recomponer una estabilidad social que no deja de dar noticias ajenas al balón, y empezar a afianzar así unos pilares sólidos sobre los que se levante un Córdoba que el próximo año por estas fechas invite a su fiel afición a tocar el cielo en Las Tendillas, como canta su himno.