Hay una Córdoba en México, entre el mar y el antillano, nacida entre palomas por voluntad del virrey Diego Fernández de Córdoba. Y otra Córdoba en Argentina, a orillas del río Suquía,por ellos llamada la Docta, fundada en 1573 por Jerónimo Luis de Cabrera, defensora del virreinato de Río de la Plata contra los ingleses. Y una Universidad de Córdoba en Montería, Colombia, más vieja que la nuestra y especializada en Veterinaria, Zootecnia e Ingeniería Agronómica. Y en Cebú, esa isla maravillosa del archipiélago de Filipinas, según cuenta Jaime Gil de Biedma en su diario. Esa Córdoba que nada tiene que envidiar a la nuestra con su producción de copra.

Hay Cordovas en los Estados Unidos de Norteamérica al menos en cinco Estados. En Nuevo México, en el condado de Río Arriba, aunque solo allí habiten 400 americanos que se dan paseos hasta Santa Fe y Alburquerque. Memphis, en Tenesse, está absorbiendo una Cordova que se resiste a desparecer, fundada en tierra de lobos en 1835, famosa por sus flores y su fraternidad, a medio camino entre Chatanooga y San Luis.

Y otra Cordova en Alabama, así llamada por el capitán Benjamin M, Long en 1859 tras la guerra de Norteamérica contra Mexico, que ha sufrido el huracán de abril de 2011 y de la que han huido muchos hasta dejar su censo en 2500 personas. Es la ciudad del astronauta James S.Vos quien en cinco ocasiones ha navegado por el espacio.

La Cordova de Illinois es sede de una central nuclear, en ella solo viven 651 personas y ha sido capaz de colocar un diputado en su Parlamento en el periodo de 2011 a 2013.

Este fonema se ha situado también en Alaska, en el distrito censal de Valdez-Córdova, en la mismísima boca del río Copper, y fue dañada por la catástrofe del Exon Valdez al desparramar petróleo a su mar. Hasta allí llegó el almirante Luis de Córdova y Cordova y sus habitantes superan los dos millares.

Pero nuestra Córdoba, la de la orilla del Guadalquivir, tiene el alma de plomo, clavada a la falda de su sierra, sin poder moverse, resignada a su «sino de plomo y clausura». Ignorante de tantas hermanas y de sus luces, que vienen del otro continente y del pacífico sur, vive «su quietud,constante». No quiere ser casa de todas las Córdoba, sean con B o con V. Deberíamos ser casa que las convoque a todas. Las orquídeas de Santa Fe han estado a punto de ser convertidas en pavesas. No deberíamos apostatar de ninguna de ellas.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba