Ahora que Córdoba se postula como candidata a una base logística del Ejército de Tierra, quizá sea momento de recordar -y de hacer valer- el papel determinante que en este sentido ha desempeñado en la historia. Su fundación en el lugar que aún hoy ocupa tuvo como justificación principal su control sobre el río, en un punto geoestratégico surcado por importantes vías de comunicación donde el paisaje dibujaba en la Antigüedad la transición entre dos mundos: Meseta y Andalucía, sierra y campiña, barbarie frente a refinamiento, minas, ganadería y caza frente a la mejor zona hispana de explotación agrícola. En tiempos en los que el Baetis era todavía un río vivo, de fuerza incontrolable cuando bajaba crecido, Corduba permitía un perfecto dominio de los únicos vados que hacían posible franquearlo en época de estiaje y en muchos kilómetros a la redonda, ejerciendo de forma prototípica como «ciudad puente»; algo que debió pasar pronto de simple expresión metafórica a realidad palpable. Dominaba el valle medio del río en el punto exacto en que éste dejaba de ser navegable para barcazas de cierto calado (lintres o scaphae). Esto le permitió disponer de un puerto muy activo por el que mandaba al mundo metales, aceite de oliva, vino, cereal, cera, miel, lana, piedra, madera, corcho o sal, y daba entrada a materiales exóticos, productos de lujo, influencias culturales del más variado tenor, individuos de toda procedencia y tropas, avituallamientos e impedimenta. Además de la red terrestre, controlaba, pues, la principal vía de comunicación de la época, abierta directamente al Atlántico y con un altísimo valor estratégico; factores que explican su papel rector en la organización geopolítica y territorial de la región, al tiempo que su cosmopolitismo, su carácter multicultural y su extraordinario discurso histórico. Baste recordar que Roma la elige de inmediato como lugar de invernada y cuartel general de sus ejércitos; desde aquí planificaría la conquista del resto de Hispania, que pagó en buena medida con la plata de sus minas.

Fue, a cambio, desde el inicio capital de la Hispania Ulterior, y después, con Augusto al frente del nuevo Imperio, caput Baetica, la provincia más antigua, rica y próspera de Occidente. Todo ello sabrían apreciarlo enseguida los árabes, que la convirtieron frente a Sevilla en capital del Emirato, primero, y en el siglo X del Califato Omeya de Occidente, el Estado más poderoso, culto y desarrollado del Mediterráneo.

Durante siglos -por no decir milenios- el gran activo de la ciudad fue su control sobre el río, navegable durante toda la Antigüedad entre Córdoba y Alcalá del Río -aquí llegaba ya la influencia de las mareas- mediante canales o fossae que requerirían de continuos drenajes y se gestionarían con la ayuda de esclusas y diques. Estos últimos tenían como misión proteger las orillas, fijar el cauce, que a causa de la deforestación tendería a esparcirse abandonando la madre, y hacerle ganar en profundidad; si bien la comunidad científica está muy lejos de ponerse de acuerdo al respecto, y no falta quien aboga por soluciones menos invasivas. Sextus Iulius Possesor, de la tribu Quirina y originario de Mactar (África), que conocemos por una inscripción conservada en la base de la Giralda de Sevilla, desempeñó, entre otros muchos cargos, el de procurator ad ripam Baetis, responsable por tanto de regular y sustentar la navegabilidad del río, de sus diques, sus puertos y sus canales contrarrestando las consecuencias más o menos desastrosas de las periódicas inundaciones; de garantizar el carácter público de la vía fluvial y de sostener el buen estado de sus riberas e instalaciones portuarias; de conservar limpio y bien drenado el cauce; del correcto mantenimiento de los caminos de sirga para arrastrar los barcos desde la orilla aguas arriba mediante fuerza humana o animal; y de pagar y controlar a mercaderes, envasadores, transportistas y corporaciones de barqueros. Recrear estos aspectos es, sin duda, uno de los retos de futuro para la investigación y la metodología arqueológicas cordobesas; recuperar la navegabilidad del río, un desafío en toda regla para la ciudad, que debería plantearse seriamente para volver de nuevo la cara al que siempre fue su razón de ser.

De época islámica no existen muchos testimonios, aunque conocemos por las fuentes la existencia de barqueros y un muelle aguas arriba de Córdoba, la posible ubicación en la zona portuaria de un arsenal, alguna alusión a que los molinos y sus infraestructuras interferían en la navegación ordinaria del entorno, y la construcción en sus atarazanas de naves de guerra que habrían viajado sin problemas hasta las costas occidentales de Portugal, lo que parece confirmar que al menos hasta los inicios del Califato omeya independiente el río se mantenía perfectamente practicable. Con todo, hemos de llegar al siglo XIV para encontrar referencias categóricas a que la navegación de éste entre Córdoba y Sevilla se seguía haciendo de forma regular y en ambos sentidos. Una navegabilidad que, sin embargo, se habría perdido ya en el siglo XVI y que hoy, con muchos más medios, no hemos logrado recuperar. A cambio, Córdoba ha reforzado su carácter de nudo de comunicaciones, y con pequeños esfuerzos como el de ampliar su aeropuerto podría erigirse, por su centralidad añadida, en una de las ciudades mejor comunicadas y con mayor valor estratégico de España. Así lo acredita la historia, a la que conviene volver la vista para reforzar la candidatura y defenderla con convicción y sin complejos. Los mimbres los tenemos, pero siempre nos han faltado autoestima, capacidad para proyectarnos al mundo, valor para vendernos, y sobrado pacatería, abulia, complejo de inferioridad. Despliéguense ahora todos los recursos y hagámonos valer. No podemos perder también esta oportunidad. Ya nos toca…