No hace tanto tiempo que el Ayuntamiento se había percatado de que todo comenzó en el Guadalquivir, que todas las civilizaciones pretéritas se habían bañado en sus orillas y que los romanos importaron un particular Olimpo de dioses lares para darle a sus aguas una pátina de eternidad variable, abierta a futuras culturas y civilizaciones. Y los estamentos oficiales, hasta ese momento miopes de autocomplacencia por la belleza de su casco histórico, giraron la vista y se encontraron un tesoro, el Guadalquivir, que ya habían descubierto los habitantes de la Colonia Patricia del pretor Claudio Marcelo. De haber vivido de espaldas a su río --donde solo la Mezquita, y a hurtadillas, se reflejaba con guiños de luna, o a donde iban a parar los rasgueos del Festival de la Guitarra las noches de julio--, la ciudad comenzó a proyectar un futuro en sus orillas. Así, y partiendo del origen de Córdoba, la Colina de los Quemados (actual barrio del Parque Cruz Conde), donde se encaramaron los tartesos, la ciudad moderna ha ido dejando en esa orilla algunos «miradores». Primero fue el Teatro al Aire Libre, de sello romano, que de tantos remozamientos hasta ha tenido tiempo de cambiar de nombre por el de Teatro de la Axerquía. Luego vino el Jardín Botánico, uno de los primeros empeños y logros del Ayuntamiento de Julio Anguita en colaboración con la Universidad. El Museo de Paleobotánica, en el mismo recinto, inició la recuperación de los molinos (en este caso, el de la Alegría) de aceite del río, ruinas de un tiempo en el que la bravura de las aguas se aprovechaba para la molienda de la aceituna. El Zoológico y la novísima Ciudad de los Niños conforman el final de esta orilla en su camino de predestinación hacia el Mediterráneo. Y entre el Puente Nuevo y el de Andalucía, frente al Botánico, donde floreció el Jardín de Hierbas Medicinales de Abderramán III, agoniza la Isla de las Estatuas, resultado vivo del trabajo de artistas internacionales en el Symposiun de Arquitectura del 2004, que conforma esta parte de la modernidad del Guadalquivir que intenta culminar el remozamiento de su «rive gauche» con el Cordel de Écija, una apuesta residencial de diseño donde hasta hace poco sólo existían escombreras. Quizá el reto de la Córdoba futura.