La muerte nos iguala a todos. Nadie nos enseña a morir. Es más, cuando se llega a ciertas edades no se puede evitar que la idea de la muerte comience a ser parte de la vida. Carmen Chacón, la primera ministra de defensa de España, ha muerto. Ella sufría una cardiopatía congénita. A sus padres los médicos le vaticinaron que era posible que no viviera mucho. La enfermedad la acompañó toda la vida. Su corazón al revés, como eufemística y popularmente se llama a esta enfermedad no le impidió ser ni ministra, ni madre, ni mujer comprometida con sus ideas. Ella no hizo ni más ni menos que lo que otras muchas personas a las que la enfermedad les ha acompañado en su vida lo bastante como para hacerle un sitio: darle valor a la vida. Un valor que de suerte trasciende de ellos a los demás. A nosotros. La muerte de la política Chacón ha centrado las luces de la noticia precisamente en eso, en su figura política que desde luego no es baladí. Pero al fin y cabo, cuando llega el momento de la verdad, lo importante no es a lo que uno se haya dedicado o lo que haya hecho en su vida, sino su compromiso consigo mismo y con los demás; su respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Esto es lo que nos enseña a vivir. Y tal vez a morir. Aunque no todo termina con la muerte. El testimonio de una vida comprometida no muere. Muchas son las personas a las que hemos conocido desde la enfermedad. Incluso desde la enfermedad constante, crónica. Es un reto no sentir en el corazón, el miedo a la muerte propio o ajeno. Aunque hay personas que han vivido con su corazón al revés. Al revés, porque donde nosotros teníamos un sentimiento de miedo, ellos tenían uno de reto; porque donde en nosotros latía la desesperanza, en ellos latía la ilusión por vivir. Tal vez todos deberíamos sentir alguna vez cómo late un corazón al revés.

* Mediador y coach