La noticia del súbito fallecimiento de Carme Chacón ha conmocionado a la política española. Por su juventud, por su trayectoria política y porque compaginaba la firmeza de sus convicciones y la empatía en el trato personal, tanto con sus correligionarios como con sus rivales políticos. Vinculada desde muy joven al PSC, antes de cumplir los 30 aterrizó como diputada en el Congreso, con un PSOE en plena ebullición: descabalgado el candidato a la Moncloa elegido en primarias, Josep Borrell, el perdedor en la liza interna, Joaquín Almunia, acababa de cosechar el que hasta entonces era el peor resultado electoral del PSOE, frente a un José María Aznar aupado a la mayoría absoluta. De la sintonía de Chacón con otros jóvenes diputados nació Nueva Vía, la plataforma que catapultó al liderazgo a José Luis Rodríguez Zapatero. Chacón ya no era solo la cara y la voz del PSC en Madrid; pertenecía al núcleo fundacional del nuevo PSOE, victorioso en las urnas en el 2004. Antes de que como cabeza de cartel obtuviera el mejor resultado del PSC en las generales del 2008, con 25 diputados, Zapatero ya le había reservado una cartera de Estado: el Ministerio de Defensa. En su apuesta por la igualdad y por el empoderamiento femenino, situar por primera vez a una mujer al frente de las Fuerzas Armadas, con el añadido de su avanzado embarazo, tuvo una fuerte carga simbólica y gran repercusión internacional. De aquella épica quiso tirar Chacón para disputar a Alfredo Pérez Rubalcaba la secretaría general del PSOE en el 2012, pero perdió por 22 votos. Con el corazón político dividido y aquejada de una grave cardiopatía, hace un año abandonó la primera línea política, su gran pasión. Las transversales muestras de duelo revelan la magnitud de la pérdida que su fallecimiento entraña para la familia socialista, y para la política en general.