La imaginería a mayor gloria del poder no se inventó con la fotografía, pero su relación viene a ser como la retranca de ese idilio entre el dinero y la felicidad. Otrora era un privilegio de la Corte, y los pintores de cámara se esforzaban en dibujar escorzos para dar más de sí a personajes singularmente mediocres. La instantánea, y más desde que entramos en la era del homo movilis, supuso la universalización del boato, la exaltación del prócer testificando su diligencia y su celeridad. Hay muchísimos ejemplos de esta historiografía del instante, pero el canon prevalente se sitúa en el icono grupal de mayo de 2011 en la Casa Blanca, cuando casi todos los hombres y mujeres del presidente asistían en tiempo real al asalto de aquella vivienda de Abbottabad para dar matarile a Bin Laden.

La reminiscencia de aquella némesis de Occidente ha flotado en la composición de los hombres de Zoido, reunión de crisis en el cenáculo de la DGT. En mangas de camisa y corbata, con los ojos haciéndole chiribitas al insomnio, clavado en los pantallazos del temporal. Posiblemente, si hablamos de macroescalas meteorológicas, el incidente de la AP6 ha sido un estornudo comparado con las temperaturas sufridas este fin de semana en la costa este norteamericana: los carámbanos siberianos trasladados a la noria de Coney Island. Pírrico consuelo para los empotrados en la gran nevada, angustiados por la línea del carburante y por ese frío claustrofóbico que hace la noche más larga.

A raíz de ese colapso circulatorio, ha vuelto a ponerse en marcha el auténtico deporte nacional: derivar las culpas a diestro y siniestro. Aunque el Director General de Tráfico se adscribe a la escuela sevillana, se ha soltado un discurso chulapón advirtiendo a los conductores de que estaban avisados y que allá ellos con un quíteme ese uso de las cadenas. Acaso no le falte una miaja de razón cuando frivolizamos con la furia de los elementos. Los pasajeros de la flota de Indias adivinaron a base de naufragios el calendario de los huracanes, pero entonces se estaba más enquistada la confraternización con la tragedia. Y se han materializado medidas correctoras desde el último gran revolcón nival, como explanadas donde se estacione ante carreteras cortadas y un semillero de tolvas de sal para mitigar la impaciencia. Pero no es suficiente indicar que este país no está preparado para la nieve, o escudarse en la imprudencia de los conductores. La frecuencia es un grado, pero los desastres tienen memoria y ha faltado mucha soltura en la gestión de tan inquietante atasco. Aún somos muy alérgicos a las intervenciones preventivas; a contemplar que después, o en medio de una sequía puede llegar una riada; o a mirar con cierto desdén los simulacros, como si los contratiempos siempre tuviesen una franquicia ajena.

Bien está abrir un expediente informativo a la concesionaria, y demostrar cuánta cuota de responsabilidad le es achacable por el insuficiente despliegue de medios materiales y humanos. Pero el partido gobernante, que en anteriores ventiscas ejerció la voracidad de la oposición, debe asumir su cuota en ese enlentecimiento de la ayuda que podría haber acabado en males mayores. No renegamos de un mantra de tufos escolares: de los errores se aprende; pero está visto que no lo suficiente.

* Abogado