Hace unos años vi un documental donde se narraba la experiencia de algunas niñas a la hora de incorporarse a la práctica del fútbol y las dificultades de todo tipo que tenían, desde el ámbito familiar al federativo o al social. En poco tiempo la situación ha cambiado en el mundo del deporte, y no solo en el fútbol, también en el atletismo, la natación, el bádminton, la halterofilia, el baloncesto, el balonmano, y podríamos enunciar más disciplinas deportivas donde las mujeres españolas tienen un gran protagonismo, y esperanzador de cara al futuro. No obstante, como en nuestro país el fútbol es el deporte con mayor número de seguidores, llama la atención el número de espectadores que se han podido ver esta temporada en algunos partidos (récord mundial de asistencia a un partido de clubes el pasado mes de marzo con sesenta mil espectadores en un Atlético de Madrid-Barcelona) y este último fin de semana hubo un seguimiento especial por parte de los medios de comunicación a la final de la Copa de la Reina. Con cámaras de televisión en directo se enfrentaron en Granada Real Sociedad de San Sebastián y Atlético de Madrid, con una asistencia de más de diecisiete mil espectadores. La victoria fue para las primeras, con lo cual el equipo donostiarra ha conseguido un triunfo que no se había visto en aquella casa desde hace algo más de tres décadas. Al partido asistió la reina Letizia, quien fue la encargada de entregar el trofeo, e incluso hemos podido ver sus declaraciones en la televisión.

Al margen de lo deportivo hay algo que, desde otra perspectiva, me llama la atención. Designar la competición masculina como Copa del Rey ha conducido a que la femenina adopte la correspondiente: de la Reina. Cuando se aprobó la Constitución de 1978, ya teníamos Rey y Reina, y los constituyentes debieron pensar que casi siempre se daría la circunstancia de que un varón sería el Rey y, en cada caso en su momento, su esposa se convertiría en Reina. Lo hemos visto primero con Sofía, y después ha sucedido con Letizia. También debieron considerar poco probable que hubiera una Reina que no lo fuera por matrimonio, sino porque le correspondiera en la línea sucesoria. Y así, solo en el art. 58 aparece una referencia a esa figura: «La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia». En consecuencia, cuando un varón ocupa la Jefatura del Estado monárquica, en nuestro país su esposa se convierte en Reina consorte, pero cuando quien lo hace es una mujer, entonces su marido no es el Rey consorte, sino el consorte de la Reina. Por tanto, el día en que la actual Princesa de Asturias acceda al trono, su marido no podrá tener título de Rey, a no ser que haya una modificación legal. Esto demuestra, como ya se vio en el momento de la abdicación de Juan Carlos I, la necesidad de la existencia de normas jurídicas que regulen determinados aspectos del Título II de la Constitución. Recordemos que con la abdicación hubo que aprobar previamente una Ley Orgánica.

Y bien, volvamos al mundo del deporte. Cuando se cumpla la línea dinástica, y Leonor de Borbón acceda al trono, ¿la denominación de Copa de la Reina se aplicará a las competiciones masculinas o a las femeninas? ¿Continuará la primacía del deporte realizado por varones y por tanto tendrá que llevar su competición la denominación correspondiente a quien ocupa la Jefatura del Estado? Si no se ha resuelto la cuestión del «Rey consorte», ¿cómo se llamará la otra competición? Supongo que en su momento se encontrará solución a todo esto que sin duda es una cuestión de menor importancia que otras muchas, pero pensar en ello es consecuencia de que en algo debo distraerme ante la campaña para olvidar que el Madrid (Real, por cierto) ha hecho este año.

* Historiador