Es importante que nos preguntemos si lo que consideramos verdad en nuestro espacio y en nuestro tiempo es también verdad en otros sitios y en otros tiempos. Dicho de otra manera, si la verdad es la misma en todas partes y en todos los tiempos, o si la verdad se va redefiniendo a medida que nos deslizamos en el espacio y en el tiempo. ¿Existe una verdad universal y permanente? O por el contrario la verdad depende de la geografía y de la historia.

Me hago esta pregunta porque a mi juicio cualquier verdad está condicionada por la cultura. Lo que fue verdad para un europeo de la edad media o del renacimiento, posiblemente no es verdad para un europeo del siglo XXI. Lo que es verdad para un europeo del siglo XXI, posiblemente no es verdad para un musulmán de Arabia Saudita. No existe una verdad absoluta e inmutable. Lo que existen son culturas dominantes, que son las culturas de los pueblos o de las clases sociales dominantes. En la medida en que estos pueblos y estas clases sociales dominantes consiguen ejercer su dominio con eficacia, su particular cultura pasa de ser una mera cultura dominante a ser una expresión auténtica y exclusiva de la verdad.

Todo esto viene a lo siguiente. Estamos todos envueltos en una cultura capitalista. Cuando digo todos, quiero decir todos. Los sindicatos, los partidos de izquierda, los clubs deportivos, las cofradías religiosas, la Universidad, las Fuerzas Armadas, y la propia Iglesia Católica. El capitalismo es mucho más que un sistema económico. Es una cultura. Me parece que hay bastante gente que piensa que el capitalismo es un ordenamiento de la actividad económica que favorece a la banca, a las grandes empresas, y a los inversores en Bolsa. Que cambiando ciertas leyes en el Parlamento podemos sustituir el capitalismo por otro sistema más benévolo hacia la mayoría de la población. Lo que pretendo decir es que el capitalismo es algo más que un sistema económico, que es una cultura.

En esta cultura capitalista cada uno juega su propio rol. Los sindicatos usan todos los recur-sos que el sistema democrático pone a su alcance para mejorar el poder adquisitivo de los sueldos y salarios de los trabajadores. Las sociedades anónimas usan igualmente los recursos que están a su alcance para conservar y multiplicar el ahorro de sus accionistas. Los universitarios pelean para que un porcentaje significativo de la recaudación fiscal del Estado se aplique a la institución en que trabajan, o se preparan para trabajar. Cada uno juega su propio rol, pero la cultura es la misma para todos.

La cultura es la misma para todos, y todos aceptamos las reglas del juego, como en el ajedrez. Lo único que ocurre es que unos juegan con las blancas y otros con las negras. Cada uno pretende sacar el mayor partido de sus movimientos en el tablero. Pero las reglas del juego son las mismas de un lado de otro. Esta es la razón de que cuando moviéndote dentro de esta cultura, y aceptando las reglas del juego, eres más inclinado hacia las blancas o hacia las negras, puedes tener simpatizantes o adversarios, pero en todo caso eres comprendido. Simplemente porque hablas el mismo lenguaje que hablan todos. Cuando te sales del sistema lo que consigues es desconcertar al personal. Resulta que sobre un tablero de ajedrez propones jugar a las canicas. Entonces ya no tienes partidarios ni adversarios. Simplemente te dicen que es imposible, que en un tablero de ajedrez no se puede jugar a las canicas. Evidente. Lo que hay que hacer es quitar el tablero, sentarse en el suelo y jugar a otra cosa diferente. Mientras sigamos con el tablero, lo de las canicas no puede salir bien.

Pues bien, exactamente esto es lo que ocurre con la cooperación. La cooperación es inviable en la cultura capitalista. Es inviable porque es esencialmente contradictoria con los principios sustanciales de la cultura capitalista. No digo del capitalismo salvaje, ni del neoliberalismo, ni del capitalismo puro y duro. No. Es contradictoria con la cultura capitalista. Así a secas.

Es contradictoria porque un principio sustancial del capitalismo es que las ganancias provenientes de una inversión son en beneficio del inversionista. Ni los fondos de pensiones, ni el pequeño comercio, ni los coches de choque que vienen a la feria de mayo se escapan a este principio universal. Otra cosa muy distinta es que dentro de la cultura capitalista existan algunas válvulas de escape. Dentro de la cultura capitalista la limosna tiene su propio espacio. Sea la limosna individual a quien te pide algo por la calle, sea la limosna institucionalizada (tipo Caritas o Cruz Roja), sea la limosna transnacional (tipo ONG), todo ello tiene su propio espacio. Pero es un espacio marginal. En todos los modelos de limosna se busca adjudicar los excedentes a otros.

Otra cosa muy distinta sería cuando la cooperación pasara a ocupar un lugar en los criterios de toma de decisiones de los grandes grupos financieros, de las multinacionales, de los fondos de inversión. Pero efectivamente, esto es imposible. Imposible en el marco de la cultura dominante. Si se anuncia en el horizonte histórico un cambio cultural, por el hecho de que la cultura capitalista se empezase a agotar, puede que comenzase a ser posible. Mientras permanezca la cultura capitalista, la cooperación tanto a nivel nacional como a nivel internacional, seguirá teniendo un volumen residual.

* Profesor jesuita