En la acogedora y provinciana ciudad en la que transcurre el tramo final de la existencia del anciano cronista, los taxistas -sin comparaciones, siempre odiosas-- semejan poseer un plus de buen sentido. Amantes en general de la tolerancia y la loanza hacia lo mucho bueno que enriquece la convivencia ciudadana en la vieja urbe imperial, procuran ejercitar el respeto por las cualidades positivas que creen encontrar en las posturas de sus adversarios políticos.

Así al articulista en nada le ha sorprendido recientemente el escuchar de labios de su colocutor mañanero el asentimiento a la opinión expuesta por aquel respeto a un antiguo alcalde de la ciudad, discípulo aventajado e ideológicamente pedisecuo del más afamado alumno del primero. Las alabanzas expresadas por el abajo firmante sobre la integérrima conducta en todos los aspectos del primer alcalde de los venturosos tiempos democráticos fueron ratificadas, incluso con un cierto deje de hipérbole, por el amable taxista, que resultó, al igual que su usuario, situado en los antípodas doctrinales del personaje objeto de referencia.

Ser coprotagonista de un lance semejante acaecido en la baja madrugada de un día primaveral y electoral es, desde luego, la mejor vitamina o la inyección anímica más poderosa para emprender una jornada cargada de electricidad política del calendario del ya comediado año de 2019, saturado de acontecimientos públicos a nivel nacional. En especial, cuando el ambiente reinante en el país --y al que el sobresaliente periódico de la misma intitulación contribuye en muy alta medida-- se halla en el polo opuesto al imperante en el taxi aludido en estas líneas. Exageración, sectarismo, radicalidad, griterío turbador y unánime salido de todas las bocas y partidos, con afán exterminador en lugar de ansia de encuentro y concordia en beneficio de las nutridas y desamparadas generaciones que esperan de los estamentos dirigentes una rendija de esperanza para sus innumerables y trementes problemas, a los que los responsables de la Ciudad y del Estado por vocación, deber y autoexigencia mínima están llamados a encontrar cuando menos caminos de solución.

No es fácil. Nada es fácil. Al buen taxista de esta modesta y verídica historia le quedaban en el momento de comenzarla más de doce horas al volante...; y así un día sí y otro también. ¿Dejarán una vez más de acudir a la cita con su anhelo de una España, de una Andalucía mejor, las mujeres y hombres que han arrostrado voluntariamente en los últimos sufragios la responsabilidad del destino inmediato de la nación en todas sus dimensiones? En la duda, el cronista, conforme a su hoy tan deturpado oficio, uno de los más viejos y siempre renovados del mundo, apuesta por un porvenir en clave de fecundidad y solidaridad.

* Catedrático