Escenario: una mañana veraniega de la capital de la nación. Protagonista: un conductor oriundo de una las tierras más patriciales de la hermosa España: las Montañas de León, cantera inexhausta hasta ha poco tiempo de curas y frailes que modularon, en alta medida, la identidad hispana desde los comienzos del siglo imperial hasta los decenios centrales de la pasada centuria.

Entusiasta y con ganas de hablar pese a haber iniciado casi de madrugada su dura jornada, el taxista cuenta a su pasajero el amor y, sobre todo, el gusto por su oficio. En el que le precediera en su solar natal --el de minero-- había puesto, según vibrante confesión, el mismo ardor y desplegado la misma alegría ahora exhibida en su tarea capitalina. En la afortunada mezcla de sentido del deber con vocación espontánea o --extremo sumamente difícil-- adquirida radicaba el secreto de su gozo profesional. Fórmula mágica, desde luego, para lograr en gran número de ocasiones la máxima felicidad. Justamente un prócer nacido en tierras colindantes con las del taxista, D. Ramón Carande y de Thovar, encontraba en tan infrecuente aleación la clave de los destinos más letíficos y fecundos. La paz interna que ella provoca de sólito es en verdad un tesoro de ardua extracción en la vida diaria.

No por ello, claro está --el recorrido fue largo...---, nuestro taxista acemaba su espíritu ante la desasosegante realidad del país. Pero en cualesquiera de sus juicios, desde sus acotaciones a la política de partidos y Parlamentos de toda laya, hasta la casera y gremial de los cabifys y demás competencia si no ilegal, sí oligárquica, la serenidad resaltaba por encima de las habituales estridencias y unilateralidades de las conversaciones de a pie en tan extremoso y radical país como España. Pese a su curiosidad --íntima, por supuesto, y nunca expresada--, al cronista no le fue agible inferir con alguna certeza la opción electoral de su interlocutor, lo que le satisfizo, y mucho... Conforme es habitual en el clima ideológico y social de los urentes estíos ibéricos, los malos presagios y los más negros augurios se acumulan para el horizonte del próximo otoño. Como siempre, el tiempo dictaminará con conocimiento de causa. Es legítimo que, sin incurrir en pesimismos más o menos desaforados, albergar incertidumbres y hasta temores acerca del rumbo presente de nuestra patria. Mas ante ejemplos como el del honesto y laborioso taxista traído a estas líneas hay que deponer vaticinios y pinturas negras. Si hombres y mujeres como él --la suya es también camarada de profesión-- no desmayan ni de su tarea laboral ni de su entrega noble al servicio de una sociedad motorizada por la concordia y el anhelo de un porvenir más justo, nada habrá realmente de temer. La forja de los mejores capítulos de nuestra historia se labró con esos mimbres.

* Catedrático