Escenario: un lugar de la España profunda, la de más singular y atractivo semblante. Tiempo: los minutos en que un día de primavera vence a una noche de cada jornada más débil y acortada. Personaje: un taxista de aspecto y adminículos religiosos. Contexto: horario muy prolongado, embocado ya su final.

«...Con todo, hay que apostar por la gente joven», dice a su curioso y preocupado interlocutor. «Hay entre ella muchas chicas y chicos realmente formidables...» En un país atenazado por temores y angustias de toda suerte, escuchar tales frases de un representante del mejor espíritu del buen pueblo español constituye, en verdad, un brulote que impulsa al ánimo más destemplado a la esperanza e ilusión en el futuro. No en uno remoto, sino próximo, tocado casi con los dedos de la mano. Ya puede, a continuación, seguir desgranando el boletín informativo de una reputada cadena radiofónica oída por el taxista sureño todo un rosario de noticias nacionales y foráneas que impactan descorazonadamente en el talante más animoso, que no hay otra alternativa que dejarse influir por el mensaje reconfortador de nuestro protagonista. El porvenir será en España y fuera de ella de la juventud descrita por el taxista andaluz. Ella posee todos los secretos y cualidades para forjar un tiempo de rostro más humano y estimulante que el de los postreros años del segundo decenio de un siglo que se abrió con los augurios más halagüeños. Distensión de los bloques actores de la interminable postguerra; avances científicos todavía espectaculares; y, en España, consolidamiento de un bipartidismo parlamentario con una hoja de servicios ciertamente destacada y envidiable.

Todo o casi todo después cambió para mal; con una herencia inmediata capaz de quebrantar el corazón más ardido. Afortunadamente, conforme el juicio del taxista meridional, en el tránsito no se perdieron los más alquitarados valores de la juventud española, idónea por sus cualidades para afrontar los envites más formidables del destino de una colectividad como la hispana especialmente flagelada en la centuria última por los males más desoladores para una convivencia adulta y enriquecedora. Tal vez puedan volver los fantasmas de tales épocas, y algunos de los más amedrentadores se perfilan hodierno con fuerza en la más privilegiada en todos los órdenes de las regiones que integran la gran patria española. Pero, según las palabras mañaneras de nuestro buen taxista, no se impondrán contra la fuerza generacional y la responsabilidad nacional de las hornadas juveniles.

¿Quién, en un amanecer radiante del solar bético más acendrado, no se dejaría ganar por su apuesta?

*Catedrático