La conmemoración de la jornada internacional contra la trata de seres humanos, que tiene lugar el próximo día 30 de julio, nos sirve como excusa para poner el foco en uno de los graves problemas que afectan a todos los países, ya sea como lugar de origen, tránsito o destino de las víctimas. La esclavitud, tanto en su forma moderna como en la antigua, no es sólo una vergüenza, sino que es «la execrable suma de todas las villanías», como la definió el abolicionista John Wesley, y no tiene cabida en nuestro mundo. Aunque, periódicamente, a lo largo de toda nuestra geografía se siguen episodios de liberación de personas, víctimas del tráfico de redes internacionales de compra y venta de seres humanos, que malviven sometidas a todo tipo de vejaciones y humillaciones degradantes.

De un lado, jornadas como esta nos ayudan para abrir los ojos y tomar conciencia de que la trata de personas es un delito, local y mundial, que explota a mujeres, niños y hombres con numerosos propósitos, incluidos el trabajo forzoso, la explotación sexual sobre todo, la servidumbre doméstica, la mendicidad infantil o la extracción de órganos. La magnitud de esta ignominia es brutal por su gran impacto del que son víctimas 21 millones de personas en el mundo, según la OIT. Por lo general, mediante engaños o coacción, las redes delictivas organizadas hacen caer a las víctimas en una situación de abuso de la que es difícil escapar. Traficantes que se aprovechan del trabajo forzoso y sexo comercial de sus víctimas mediante abuso físico y sexual, amenazas de daños y deportación, falsas promesas, manipulación económica y psicológica, y crueldad. Con frecuencia se apoderan de los pasaportes de sus víctimas y de esa forma las privan de toda clase de identificación. La causa está en la codicia por los beneficios que proporciona uno de los negocios ilícitos más lucrativos que existen: 32.000 millones de dólares anuales. En Europa unas 140.000 mujeres se encuentran atrapadas en una situación de violencia y degradación por motivos de explotación sexual, donde los grupos criminales obtienen unos beneficios de 3.000 millones de dólares al año, siendo este un negocio que se abastece de la población mundial más marginalizada. Aproximadamente un 30 por ciento de las víctimas de la trata son niños, y un 70 por ciento son mujeres y niñas. De ahí que el lema de este año se centre en la respuesta al tráfico de niños y jóvenes víctimas de la trata. El sueño americano o europeo, ante la codicia salvaje y la miseria moral sin escrúpulos, se convierte en una trampa mortal.

De otro lado, sobresale la necesidad de respuestas ante la magnitud de esta barbarie. Las institucionales, a través de los medios legales y los recursos necesarios para erradicar esta práctica. Y a nivel personal, primero podemos enterarnos de los perfiles de esta situación, por ejemplo sumándonos a la Campaña Corazón Azul contra la trata de personas. Segundo, manteniéndonos alerta y avisando a las autoridades de cualquier conducta sospechosa que pueda desarrollarse en nuestro ámbito cotidiano. Ante la duda, mejor equivocarse que dejar que otra víctima siga esclavizada. Tercero, interesándonos por lo que se hace a nuestro alrededor y cómo viven las personas que se cruzan en el camino. Recuerda que en la agricultura, hostelería, salones de masajes y otros muchos sectores se pueden vivir estas realidades. Cuarto, seamos responsables y asegurémonos de que al actuar como consumidores lo hacemos de una manera ética. No seamos cómplices de esta negación de la dignidad humana.

* Abogado y mediador