Quim Torra ha anunciado que no aceptará otra sentencia para los presos políticos que la de absolución. O libertad o libertad, ha dicho, como si la libertad se construyera sobre el libre albedrío del griterío pirado. Esto acabará mal, porque ya se ha sembrado de veneno el futuro. Si la educación se cambia por el adoctrinamiento, el razonamiento suele quedarse atrás. Los dogmas no requieren demasiados diálogos, y eso es lo que aún no le entra a Pedro Sánchez, que tiene derecho a intentar su minuto de gloria conciliadora o lánguida; aunque también nosotros, por otra parte, tenemos derecho a que ese instante de gloria no se cargue el país. Porque si un tipo anuncia que no aceptará otra sentencia que la que le parece a él justa, ya te está confirmando lo que opina de la judicatura, la separación de poderes y el Estado de derecho. O sea: te está advirtiendo que no cree en ninguna de las tres cosas. Porque las sentencias no se aceptan, sino que se acatan. Y llamar a la movilización ciudadana si no sale el resultado que queremos está muy cerca de la sedición. Por eso mismo no hay presos políticos, sino políticos presos. O presuntos criminales que no han dudado en lanzar a media población contra la otra media. Siguen en lo mismo: escuchar a los otros ¿para qué? ¿No gobiernan también para quienes desean seguir en España? No: los lanzan a un limbo de aislamiento social en Cataluña, porque la alternativa es la confrontación. Creo que no hay que pelearse por quitar unos lazos ni ir a Barcelona a buscar gresca; pero si unos tienen derecho a poner un símbolo sustentado en una falacia --la presunta y falsa persecución ideológica-- otros tienen también derecho a retirarlo. Mientras tanto el mundo: Rusia saca los dientes y Siria se revuelve sobre los intestinos del dolor. El Estado tiene obligación de defender a sus nacionales y la integridad territorial con el 155 o más. Todo lo demás acaba siendo ingenuidad o chantaje. La serie se repite, aburre y cansa.

*Escritor