Que el proceso político independentista ha provocado innumerables consecuencias sociales, económicas y políticas, tanto para Cataluña como para España, algunas irreversibles y otras, todavía desconocidas, es algo que ya habíamos atisbado en las agitadas semanas que hemos vivido todos los españoles, pero el barómetro sociopolítico publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas desvela otras, no menos relevantes.

En este artículo trataré, cómo no, la cuestión catalana --la «pasión de catalanes» que dice mi admirado Carlos Herrera--, aprovechando la publicación del último barómetro de opinión pública del CIS.

Las principales conclusiones ya han sido suficientemente abordadas: a) retroceso electoral de todas las fuerzas políticas (PP, PSOE y Podemos); b) posible sorpasso de la formación naranja a la confluencia morada; y c) crecimiento de la preocupación social por el conflito catalán (que pasa a ser percibido como el segundo problema más relevante).

Menos eco mediático han tenido los datos relativos a la pregunta que la institución sociológica de referencia en España viene haciendo respecto a la organización territorial del Estado: la última pulsación demoscópica, tomada en plena deriva independentista, muestra una clara mayoría social (40%) que se siente cómoda con el actual modelo de organización territorial, el peculiar Estado autonómico que rige en España desde la etapa de la Transición, aquel mismo identificado por expertos como el causante de muchos de los defectos institucionales que han desencadenado en el estado político actual.

No hablaré aquí de algunos tópicos demoscópicos, ampliamente proclamados desde el gremio de politólogos, como aquello de que lo importante no es la foto fija, sino las tendencias que marcan. Si bien eso es cierto, el último sondeo del CIS fortalece algunas hipótesis. En el ámbito de las dinámicas electorales, todo apunta a que Rivera podría ser uno de los grandes beneficiados de la gestión política del procés, por haber sido capaz de rentabilizar mejor el déficit de política que ha criticado el expresidente Aznar, y por haber logrado mimetizar con la llamada España silenciosa, en un liderazgo político compartido con Josep Borrell en el patriotismo cívico emergente en España. Los datos del CIS muestran, incluso, que el líder «naranjito», como lo calificó el histriónico Rafael Hernando, podría haber despertado del sueño populista a muchos votantes de Unidos Podemos que creyeron en aquello de «nuestra patria es la gente» que tanto entonó Pablo Iglesias en campaña electoral.

O dicho de otro modo, y en sintonía con lo ya criticado por la cofundadora de Podemos Carolina Bescansa, una experta demoscópica, que aquello de la plurinacionalidad no lo compran ni los votantes podemitas.

* Investigador FPI UAM & CSIC. Profesor asociado Universidad Carlos III de Madrid