La burbuja del turismo, que ya creíamos masificado y, según los agoreros, echando de su propio territorio a los nativos del lugar, empieza a desinflarse, al menos en lo que toca a las pernoctaciones, esa asignatura eternamente pendiente en Córdoba. Así lo apunta la encuesta de ocupación hotelera --sin contar los pisos turísticos, que son otra historia-- del Instituto Nacional de Estadística, según la cual el número de viajeros ha descendido de enero a septiembre en la capital y provincia un 5,27%, siendo de 1,61 días la estancia media, la más baja por cierto de toda Andalucía. Ante datos tan poco halagüeños para el sector --que había entrado en la inercia optimista de pensar que Córdoba se vendía sola--, unidos a la sombría corriente que ya vislumbra una nueva crisis cuando todavía no nos hemos sacudido la anterior, son necesarias soluciones imaginativas para atraer la mirada exterior más allá del reclamo de la Mezquita-Catedral y Medina Azahara. Porque el turista, al menos el turista cultural, cada vez es más exigente, y ya no se conforma con ver monumentos sino que quiere llevarse consigo el recuerdo íntegro de la ciudad visitada, lo visible y lo invisible, de modo que por el mismo precio, si pudiera, raptaría el alma de Córdoba.

Pero como no es cuestión de quedarnos desalmados, bien está ofrecer al viajero otros alicientes que lo entretengan, acercándole esencias genuinas menos metafísicas pero igual de alimenticias para el ánimo y sobre todo el cuerpo. Y nada mejor para ello que la oferta gastronómica, tan bien recibida siempre por propios y extraños que hoy por hoy se ha convertido en uno de los principales atractivos de ocio, amparado por las instituciones públicas bajo la premisa de que con el buen beber y yantar se potencia uno de los más sustanciosos filones de la economía provincial. Son múltiples las convocatorias (sobre tapas, jamón, lechón, salmorejo...) que tanto en los pueblos como en la capital vienen demostrándolo, algunas uniendo sesuda teoría a la práctica, como el reciente Congreso Nacional del Cerdo Ibérico de Los Pedroches celebrado en Pozoblanco con la intención de promocionar el producto ahora que se acerca la época consumista de la Navidad. En realidad la promoción es el objetivo común a todos los eventos gastronómicos, de los que este fin de semana habrá buenos exponentes: el Festival de la Cerveza Artesanal que se desplegará junto a La Calahorra; la Ruta Sentero y el Rabo de Toro, que durante un mes maridará en 39 restaurantes ese vino castellano con uno de los platos cordobeses más típicos, y, en Caballerizas, la 7ª Muestra Ibérica de Vinos y Aceites de Oliva Virgen Extra, cata de otoño organizada por el Aula del Vino con el buen hacer y eficacia que pone en todo lo que emprende.

Hace ahora 20 años que su presidente, Manuel López Alejandre, y su secretaria, Marisol Salcedo, animados por un grupo de entusiastas bodegueros, pusieron en marcha esta aula de sapiencia enológica, luego ampliada al fruto líquido del olivar. Han sido dos décadas intensas conmemoradas hace unos días con el homenaje a su primera Señora de las Tabernas, Lola Acedo, y la proclamación de su hijo Rafael López Acedo como Tabernero de Honor; un tiempo dedicado a divulgar la excelencia y difundir el consumo --dentro de un orden-- de los caldos de la denominación de origen Montilla-Moriles como quintaesencia de la cultura de esta tierra. Los mismos fines que impulsan esta cata otoñal, constituida por los vinos y aceites galardonados con los Premios Mezquita, que reúne lo mejor de cada casa. Únanle a todo esto la Feria Internacional de Turismo Ecuestre y resultará un paisaje idílico para conocer la auténtica Córdoba y alojarla en el estómago y el recuerdo.