Estos extranjeros están locos. Vencedores y vencidos se reúnen para conmemorar la paz y comprometerse a que aquello no vuelva a suceder. No se piden cuentas, no reparten culpas, no se tiran los muertos a la cabeza. Y han sido capaces de crear unas instituciones cuyo objetivo es permanecer siempre unidos, prósperos y fuertes. Qué cosas. Estos extranjeros están locos, ¿qué sabrán ellos? Lo que tenían que haber hecho es estar todos estos cien años (o más, si consideramos enfrentamientos anteriores) envenenándose de pasado, arrojándose rencores, ahondando en la división y el enfrentamiento, pidiendo reparación y memoria histórica. Para eso, a los europeos no les faltan abundantes agravios, humillaciones, masacres, genocidios. Fijémonos concretamente en el lugar elegido de París para la conmemoración de estos días pasados: el Arco de Triunfo, un monumento mandado erigir por Napoleón, un sujeto borracho de sangre y hambriento de ambición que destruyó media Europa y asesinó a seis millones de personas entre franceses y no franceses. Y, encima, es un monumento que entre el nombre de las batallas grabadas en sus pilares como victorias, muestra algunas que en realidad fueron derrotas, concretamente en España. O sea, los europeos y un montón de figurantes más se reunieron el otro día ante un monumento borde, ostentoso, altanero, arrogante, que recuerda los palos que un perturbado mental que es tenido por héroe les arreó, y, sin embargo, no han considerado el acto impropio, ni contrario a los que se pretendía, no les ha importado el símbolo (aquí les importa a algunos solo para ofenderlos) sino el fin: la conmemoración del penúltimo desastre que protagonizaron y que desembocó en el último, nada más, y nada menos, para que no se repita jamás. Podría decirse que no son lo mismo las guerras europeas que las (in)civiles, pero sí lo fueron. Empezando por los gobernantes de esas potencias, que estaban todos emparentados en primer grado, pero también en lo que se refiere a los pueblos, que compartían vías de comunicación, proyectos, y eran todos hijos de Atenas, de Roma, de Belén, de Poseidón, de Diana. Y, por supuesto, de Venus.

* Profesor

@ADiazVillasenor