Los niños y las niñas --oh, perdón, que todos son adultos-- llegaron ayer al Congreso de los Diputados y, lo primero de todo, algunos les quitaron las sillas a sus compañeros y otros guardaron el sitio con sus carteras. Después se apelotonaron en la cola sin hacer caso del señor maestro --oh, perdón, del diputado de mayor edad, de barba larga como Valle-Inclán-- y votaron a la presidenta. Luego, tenían que jurar o prometer su cargo, y, mientras algunos lo hicieron como ponía en el libro, otros leyeron en voz alta muchas frases y promesas que se habían traído apuntadas. Y, como a algunos no les gustaban las frases de los otros niños, abucheaban y pataleaban, por mucho que les riñera la señora presidenta. Ea, empieza el curso.