La denuncia penal presentada contra Fernando Simón por la familia de un fallecido, no siendo significativa a nivel poblacional, sí es relevante de determinada ética social predominante, lo que en ningún caso justifica esta denuncia.

La muerte, como antes de nacer, aseveraba un personaje de Shakespeare. Ese caos lucreciano entre dos infinitos que responde más que a un caos a un constructo idealizado de origen platónico y sublimado por la religión, y que Nietzsche intentó rescatar para la humanidad, quizás de manera algo intempestiva, ha generado que la muerte, más que formar parte de un proceso natural inevitable, aunque haya quien pretenda la imposible inmortalidad que al parecer consiste en vivir doscientos años, sea rechazada no ya por lógicos motivos existenciales sino por un derecho a no morir. No se admite la muerte, y eso basta para crear todo un sistema social que basado en el carpe diem horaciano, la búsqueda de la supervivencia a toda costa y la nadificación de la nada, genere unos valores morales de difícil asunción.

Estos valores morales del derecho a todo, de la declinación de las responsabilidades propias o la búsqueda continua de un culpable que responda a una situación que no queremos, por lo que el chivo expiatorio es de obligado encuentro, lleva a la judicialización de la vida, es decir a su desnaturalización y que la ética normativa de los códigos, aunque estos reflejen la ética consensual, sea la imperante.

Resulta desasosegante que esto ocurra de esta forma y en vez de hacer un apoyo explícito de la ingrata labor de un portavoz, veamos en su persona no sólo la persona que es imputable y que es el blanco y origen de todas las decisiones, y no un elemento más de un sistema complejo, en el que la última voz la tiene el poder ejecutivo. Quizás esto ocurre --aparte de que se admita la querella o no y de que sólo sea un caso-- porque se haya perdido la necesaria confianza, un elemento crucial en la gestión de las crisis sanitarias, ya que no todo el mundo puede saber de todo y hay que apoyarse en el proceso de toma de decisiones y en las personas que las llevan a cabo. Para generar esa confianza se necesita transparencia, gestionar las incertidumbres que siempre las hay adecuadamente, en especial en la emergencia de una enfermedad nueva, y más que reconocer los errores, que también, expresar las alternativas.

Es la mutua confianza entre los miembros de la sociedad y entre la sociedad y las instituciones lo que puede aportar un entorno de prevención razonable y realmente efectivo. Con o sin confinamiento. Y precisamente esa confianza tiene un sentido bidireccional; si no se genera confianza desde arriba y la población lo asume, desde abajo tampoco se generará una confianza en el legislador y poder ejecutivo que al final endurecerá sus acciones y disminuirá la libertad, pero la responsabilidad está en primer lugar en el propio estamento político que debe atender a estos criterios éticos de transparencia; comunicación; ejemplaridad; justificación de las decisiones; consenso; proporcionalidad; sentido común y capacidad de rectificación asumiendo los errores

¿Es razonable que no se sepa la composición de los componentes de un comité de expertos? Ahí está el mal. Se justifica por la desconfianza en la población y al contrario, pero habría que romper ese círculo vicioso. ¿Que hay críticas? Ello va en el cargo; a nadie se le obliga ser un experto de un comité. Como ser miembro del gobierno. Ni a ponerse delante de un toro.

Pero ¿qué gobierno destinaría ingentes recursos para prepararse para abordar una hipotética pandemia futura sin ver cuestionada su prioridad en el destino de los recursos públicos siempre escasos, cuando esa pandemia no existe? Sería el carpe diem social. Si a la gente se le preguntara en época de no existencia de pandemias si quisiera destinar recursos a prepararla, ¿qué porcentaje diría que sí? ¿Qué político dedicaría recursos a preparar un sistema sanitario para su abordaje en vez de por ejemplo construir una escuela, una carretera o un AVE? La cuestión de la confianza es aquí también clave.

Escribe Tony Judt que «donde las personas tienen vidas y perspectivas parecidas es probable que también compartan lo que se podría denominar una ‘visión moral’. Esto facilita mucho la aplicación de medidas radicales en la política pública» . Y continúa más adelante: «La falta de confianza es claramente incompatible con el buen funcionamiento de la sociedad». Pero para Judt esta confianza se consigue sobre todo en las sociedades más igualitarias donde las personas comparten más cosas en común: «Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella» .

En una epidemia como ésta y con las medidas radicales que se han llevado a cabo de confinamiento, la igualdad se establece de golpe, de la noche a la mañana, pero es una igualdad ficticia puesto que las condiciones de confinamiento no son iguales para todos. Por ello es tan importante, aparte de las medidas coercitivas, la generación de confianza, que de alguna forma homogeneice la actitud social en su conjunto y así la población al interiorizar las circunstancias, sea más propensa a que las medidas sean eficaces. Todo atisbo de desconfianza, de falta de credibilidad en las medidas, redunda en un comportamiento individual menos efectivo.H

* Médico y poeta