La justicia acaba llegando. Siempre lo hace demasiado tarde para las víctimas. Pero llega. La condena a cadena perpetua por genocidio dictada por el Tribunal Penal Internacional para ex-Yugoslavia (TPIY) contra Ratko Mladic, más conocido como el carnicero de Srebrenica, ha llegado 22 años después de los horrendos crímenes cometidos y de que fuera acusado formalmente de haber planificado y ejecutado el asesinato de al menos 8.000 musulmanes. El exgeneral serbobosnio ha sido el último condenado por un tribunal especial para juzgar los delitos cometidos en las guerras de los Balcanes. Fueron unas guerras que demostraron al mundo cómo el odio étnico resultante de un feroz nacionalismo puede anidar también entre europeos. Pensábamos que la segunda guerra mundial nos había vacunado, pero Srebrenica y otras limpiezas étnicas en las guerras balcánicas mostraron la facilidad con la que el hombre puede cometer todo tipo de vesanias contra sus semejantes. La condena de Mladic, a la que cabe sumar la anterior de Radovan Karadzic, otro criminal de la guerra de Bosnia, no puede hacer olvidar la participación activísima en aquel genocidio de civiles que habían sido vecinos de sus víctimas, a las que masacraron sin piedad. La condena tampoco puede ignorar que uno de los resultados de aquel genocidio fue la formación de la República Srpska, un enclave serbio en Bosnia que no renuncia a la unidad étnica.