La lucha contra el cambio climático es una necesidad cuya urgencia no puede poner en duda nadie mínimamente informado y consciente de la gravedad del reto. Nadie excepto personajes como Donald Trump, que irresponsablemente -y para solaz de los poderosos y no menos irresponsables lobis energéticos de Estados Unidos- ha desvinculado a su país de los acuerdos adoptados en las cumbres del clima celebradas durante el mandato que agotará en enero próximo, a pesar de que casi la totalidad de la sociedad mundial, desde muy diferentes frentes, se haya puesto de acuerdo para frenar el calentamiento global. Precisamente, esta semana, Diario CÓRDOBA he hecho entrega de la primera edición de los Premios al Desarrollo Sostenible, con los que este periódico se adhiere de forma decidida a esta causa, un acto cuyos protagonistas han salido de la empresa privada, la universidad y, lo más interesante, desde el seno de la propia sociedad civil. No obstante, casi a la par, en el último pleno municipal en el Ayuntamiento de Córdoba se significaron también voces, desde la bancada de Vox, negando lo que parece que es evidente: el acelerado deterioro del planeta y sus recursos naturales, y la incertidumbre latente sobre qué calidad medioambiental vamos a legar a las generaciones venideras.

Proteger el medio ambiente es, y debe seguir siéndolo, uno de los ejes fundamentales de las administraciones. El propósito de que la temperatura media de la Tierra no aumente más de dos grados con respecto a la época previa a la revolución industrial no se está cumpliendo, porque se sigue avanzando hacia un diferencial de tres grados. Las medidas para contener el cambio climático se desarrollan con parsimonia, cuando el desafío requiere actuar contra reloj.

Hay avances poco más que simbólicos que aun así deben ser saludados, como el paso que dio el pasado año el Banco Mundial para ir asfixiando la financiación de la exploración y explotación de petróleo y gas. Pero el mayor compromiso debe ser de los estados más industrializados (que suelen ser los más ricos), en una doble dirección: reducir las emisiones propias y ayudar a los otros países en la introducción de energías limpias. Los primeros y principales damnificados por el cambio climático son las poblaciones más vulnerables a los desastres meteorológicos que cada vez con más frecuencia castigan al planeta, pero a la larga nadie escapa a sus efectos. El mundo no puede abdicar de la lucha contra el calentamiento global. Hace ya tiempo que está claro que hemos pasado, de atisbar en el horizonte las consecuencias a medio plazo del calentamiento global, a una situación de emergencia ambiental. La cascada de consecuencias concretas del incremento de las temperaturas no solo se hace más evidente, amplia y cercana sino que a ella se unen otros efectos de la explotación salvaje de la Tierra, como la omnipresencia de los residuos plásticos, la extinción de especies animales y vegetales y la polución urbana.

Poco a poco, la conciencia ambiental crece y, pese a las reticencias de la extrema derecha y las resistencias a prescindir de comodidades y avances que ahora entendemos insostenibles, cada vez asumimos más la necesidad de modificar nuestros hábitos cotidianos. Aún de forma insuficiente, pero con unas nuevas generaciones cada vez más concienciadas, entendemos que además de exigir el cumplimiento de los grandes objetivos fijados en acuerdos internacionales son necesarios compromisos personales.