Te veo siempre a esa hora de la sobremesa en que está más solo el supermercado. Debes de ser abogada, o profesora, o funcionaria, porque llevas tu cansancio de toda la mañana de trabajar y tu cartera dentro del carro de la compra con el pan, la fruta, las verduras, los congelados... Debes de tener unos cuarenta años, por las primeras canas y el primer cansancio definitivo. Sí, debes de estar cansada, porque te veo ojeras que no son de vejez. Debes de estar casada, veo tu anillo, pero nunca a tu ¿esposo?, ¿marido?, ¿pareja?, ¿compañero? Y me pregunto dónde estará a esa hora. ¿Tumbado en un sofá, sesteando como un hipopótamo al sol? ¿O aún con la cerveza, que nunca es la última pues, cariño, se ha alargado el trabajo más de la cuenta? ¿Dónde estará? Siempre te veo sola en la cola de la caja, sin saber cómo sostener el bolso, la cartera, meter el cambio. Y muchas veces me pregunto quién compra a quién, si tú a las patatas o las patatas a ti. Me pregunto quién compra tu cansancio, tu tiempo y tus sueños. Con ellos te metes en la compra nuestra de cada día, el pan nuestro de cada día, la leche nuestra de cada día. ¿Compras también tu conciencia hasta olvidarte de ti misma? ¿O es que ya «no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable», como escribió José Agustín Goytisolo? ¿Te sientes «acorralada, perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido?» No; pues aún te ves con energías, la casa, el trabajo, la compra, las bolsas, el gimnasio, el curso de autoestima, los amigos, la compra, las bolsas, la familia, tus padres, tus hijos, tus espíritus santos: la ropa, la plancha, el coche, la compra, las bolsas, el tiempo que se va, pero tú todo lo puedes, eres la diosa de tu casa, estar en todas partes, no cansarte nunca, no quejarte nunca, resistirlo todo, callarlo todo, hacerlo todo, sufrirlo todo. Tú siempre estás donde cada uno espera que estés en cada momento, la nevera llena, cuando alguien enferma, porque tú nunca enfermas, los fines de semana, las navidades, los veranos, ningún fallo, la comida en la mesa, la ropa en la plancha, el móvil en la mano. «Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso».

* Escritor