Los límites de la buena sintonía entre Donald Trump y Jair Bolsonaro quedaron perfectamente establecidos en la reunión de ambos en la Casa Blanca: mientras Estados Unidos mantiene abiertas todas las opciones en su propósito de acabar con el régimen chavista en Venezuela, Brasil descarta sumar soldados a una eventual intervención de EEUU. Salvo este disenso, la complicidad entre las dos grandes referencias de la extrema derecha gobernante es total, y si tal concordancia de criterios no alcanza a la crisis venezolana tiene más que ver con la necesidad brasileña de no salirse del marco de referencia de la comunidad latinoamericana que con una discrepancia de fondo sobre cómo cortar las alas a Maduro. Cuando Trump anuncia el crepúsculo del socialismo, y en esta palabra incluye todo lo que queda a su izquierda, alude tanto al retroceso del reformismo en Latinoamérica como de forma específica a la quiebra del chavismo. Y si el presidente de EEUU volvió a referirse al ocaso progresista, lo hizo porque las encuestas otorgan a ambos presidentes índices de aceptación a la baja, algo especialmente grave en el caso del mandatario brasileño, con solo un trimestre en el poder, pero con su imagen erosionada por casos de corrupción y sin que la crisis social mejore. El desastre bolivariano se ha convertido en una herramienta política multiuso para comparecer ante la opinión pública con una imagen de unidad desafiante.